miércoles, 4 de abril de 2012

Unidad 3. El problema de la percepción. De la visión a la mirada.

Un texto que puede pensarse como "puente" entre las unidades II y III


Lo que ven nuestros ojos está condicionado por la cultura
LA MIRADA DE LOS OTROS

Lic. Isabel Monzón

Yo, de niño, temía que el espejo
me mostrara otra cara o una ciega
máscara impersonal que ocultaría
algo sin duda atroz (...)
Yo temo ahora que el espejo encierre
el verdadero rostro de mi alma,
lastimada de sombras y de culpas,
el que Dios ve y acaso ven los otros.
(Los espejos, Jorge Luis Borges).

El tema del espejo aparece casi como obsesión en la obra literaria. Desde Alicia que, llevada por la mano de Carroll, atraviesa los espejos pasando por la reiteración del tema en Borges, hasta un capítulo que en bella prosa poética le dedicara Alejandra Pizarnik. Los narradores y poetas tienen significativas razones para centrar tanto interés en el espejo ya que, entre otras cosas, éste sirve para dar cuenta del importante sentimiento de identidad.

El logro del conocimiento de sí es un largo proceso que, en realidad, termina recién con la muerte. En ese camino hacia el saberse hay momentos fundamentales. Uno de ellos se da en la primera infancia. Cuando es muy pequeño, el bebé no puede diferenciarse de los otros. Está como fundido en una ilusoria unidad en la que cree ser él mismo y la madre, él mismo y ese pequeño mundo de sus experiencias cotidianas. Precisamente es la madre la que, a través de cada una de sus conductas, lo irá sacando poco a poco de esa ilusión de serlo todo. La madre nombra, contempla y acaricia a su bebé, mientras éste, a su vez, la mira, la huele y la toca. El primer espejo en el que un niño se contempla es la mirada de su madre. Ella no solo le habla del color de su cabello sino también de la tersura de su piel, del motivo de su llanto, de la causa de su risa. Mirándolo, le dice cuanto lo ama: Así, el hijo aprenderá de la madre a mirarse en el espejo.
Por supuesto que la mirada materna nunca es absolutamente objetiva. Sea porque desde el orgullo ve a su bebé más bello de lo que quizás es, sea porque tiene otras razones para equivocarse; por ejemplo, no siempre le resultan claras las razones del llanto ni los motivos de la risa infantil. Pero aun con estas humanas falencias, es la madre quien con su mirada hace que el bebe adquiera paulatinamente conciencia de su existir, logrando consolidar su identidad. Mas adelante, aparece el espejo. Allí están, el bebé y su imagen reflejada. Pero él no sabe que es él, que esa imagen le pertenece. Para saberlo, necesita que otro - primaria y generalmente la madre - aparezca también reflejado, que le hable y le diga quién es quién. De lo contrario, si sólo aparece su imagen, si está solo, al igual que Narciso, quedará perdido en el espejo. Y no se encontrará. Si para Narciso el espejo se volvió una trampa mortal, fue porque no había ningún otro que le sirviera de referente.
Cuando el espejo se opaca

Lamentablemente, a veces la mirada de la madre no le sirve al hijo de fiel reflejo sino que, contrariamente, actúa como un espejo que distorsiona la imagen. Es que ella, como persona que es, posee, además de una determinada historia, una escala de valores producto de sucesivas internalizaciones y aprendizajes que condicionan su mirar. Los ojos no tienen una mirada propia sino que son producto de un adiestramiento cultural. Su hijo, en consecuencia, no se verá como en realidad es sino tal como es mirado. Luego, cuando se contemple en el espejo real, también verá la imagen distorsionada que su madre -espejo simbólico- le mostró. Precisamente a esto se refiere la poeta Diana Bellessi al expresar que la madre, cuando mira a la niña le dice :"que seas linda, suave, coqueta, femenina, para gustar, para seducir. ¿A quién? A él." Y al niño, ¿qué le devuelve ese espejo? La madre le dice: "qué inteligente que sos, qué fuerte. ¿Para qué? Para poseer." Esa madre, sin saberlo, de la hija mutila la inteligencia y del varón la ternura. La niña deberá atontarse; el varón, endurecerse. Ella quedara encerrada en casa, él será enviado a la guerra. Asimismo, la hija mujer tiene particularmente trabado ese camino que conduce a diferenciarse de la madre. Ésta, como en espejo, tiende a ver en su hija su propio rostro transmitiéndole los mandatos que, a su vez, le fueron impuestos y, contradictoriamente, esperando que la hija alcance los objetivos que para ella quedaron frustrados. En la vida de todo individuo la madre es nido y refugio, cuando lo recibe y protege. Pero, que fría morada la mirada de una madre que no ve a su hijo tal cual es.

Avatares del espejo

Sobre el modelo de la primera experiencia de mirarse en los ojos maternos, de saberse a través de esa mirada, se edificarán otras experiencias. El espejo se irá complejizando en su función. Será testigo y parámetro, amigo o enemigo. Será, como dice Borges "'un espejo que te aguarda en vano". O, tal vez, un implacable registro del paso del tiempo, como en el caso de aquel espejo simbólico que Oscar Wilde plasma en su novela "El retrato de Dorian Gray". Retrato que se modifica inevitablemente acorde a los crímenes que el protagonista comete. Es que aunque éste, al contemplarse en el espejo real, se viera siempre joven, hermoso e inocente, no puede escapar de esa otra realidad, tan opuesta, que el retrato le muestra. Otro es el caso de la Reina madrastra de Blanca Nieves. Allí el espejo no es sólo testigo sino también amigo. Cuando la Reina le pregunta: "Espejito, espejito que me ves, // la más hermosa de todo el reino,// dime, ¿quién es?", él le contesta: "Reina, de todo el reino sois vos la más hermosa. Mas ese espejo también puede transformarse en enemigo cuando, ante la misma pregunta, responde que la más bella es Blanca Nieves. La reina proyecta en el frío cristal no solo su imagen sino también una idea que la domina: ser joven es ser bella. Envejecida, una mujer se afea. El espejo, condicionado por la misma escala de valores, da una respuesta que hace sufrir y envenena el alma.

El retrato de Dorian Gray y el espejo de la reina tienen algo en común: responden a un sistema de valores dogmático y prejuicioso, asesino de la individualidad. Contraponiéndose a esta forma de mirarse, siempre será mucho más es saludable hacerlo con los propios ojos. Mirarse sin fascinación y sin vergüenza. Con cariño, no con idolatría. Con criterio de realidad y sentido común. Carentes de demoledoras y aplastantes censuras. Mirarse no es fácil, pero es necesario. El camino hacia el saberse se encuentra en este espejo.

Publicado en el Diario Clarín, el 17 de mayo de 1991, sección Opinión.

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