Sigmund Freud
CXCVIII
ALGUNAS LECCIONES
ELEMENTALES DE PSICOANÁLISIS
1938 [1940]
Un autor que se propone
introducir alguna rama de conocimientos -o para decirlo más modestamente,
alguna rama de la investigación- a un público no instruido debe hacer claramente
su elección entre dos métodos o técnicas.
Es posible partir de lo que
cualquier lector sabe (o piensa que sabe) y considera como evidente en sí mismo
sin contradecirlo ya desde el comienzo. Pronto se presentará una oportunidad
para llamar su atención sobre algunos hechos en el mismo campo, que aunque le
son conocidos, ha descuidado o ha apreciado imperfectamente. Empezando con
ellos, uno puede introducir más hechos ante él de los que no tiene conocimiento
y prepararlo así para ir más allá de sus primeros juicios, para buscar nuevos
puntos de vista y tomar en consideración nuevas hipótesis. Por este camino se
le puede llevar a tomar parte en la edificación de una nueva teoría acerca del
sujeto y se pueden conocer sus objeciones a ella durante el curso del trabajo
en común. Un método de esta clase podría llamarse genético. Sigue el camino que
el propio investigador ha seguido antes. A despecho de todas sus ventajas,
tiene el defecto de no hacer una impresión demasiado contundente sobre el que
aprende.
No quedará tan impresionado por
algo que ha visto surgir a la existencia y pasar por un difícil período de
crecimiento como lo sería por algo que se le presentara ya hecho como un total
aparentemente cerrado. Es precisamente este efecto último el que produce el
método alternativo de presentación. Este otro método, el dogmático, empieza por
plantear sus conclusiones. Sus premisas exigen la atención y la fe de la
audiencia y en apoyo de ellos se aduce muy poco. Y entonces existe el peligro
de que un oyente crítico sacuda su cabeza y diga: «Todo esto suena de un modo
muy peculiar; ¿de dónde lo ha sacado este tipo?»
En lo que sigue no me limitaré a
ninguno de los dos métodos de presentación. Usaré unas veces uno, otras otro.
No me hago ilusiones acerca de la dificultad de mi tarea. EI psicoanálisis
tiene pocas probabilidades de hacerse querido o popular. No es sólo que mucho
de lo que tiene que decir ofenda los sentimientos de la gente. Casi una similar
dificultad es creada por el hecho de que nuestra ciencia abarca un cierto
número de hipótesis -es difícil decir si deberían ser consideradas como
postulados o como producto de nuestras investigaciones- que están expuestas a
parecer muy extrañas a los modos ordinarios de pensamiento y que
fundamentalmente contradicen los puntos de vista corrientes. Pero no se puede
evitar esto. Hemos de empezar nuestro breve estudio con dos de esas arriesgadas
hipótesis.
La naturaleza de lo
psíquico
El psicoanálisis es una parte de
la psicología. También es descrito como «psicología profunda» -más tarde
descubriremos por qué-. Si alguien pregunta lo que realmente significa «lo
psíquico», es fácil replicar enumerando sus constituyentes: nuestras
percepciones, ideas, recuerdos, sentimientos y actos volitivos, todos ellos
forman parte de lo psíquico. Pero si el interrogador sigue más adelante y
pregunta si no hay alguna cualidad común poseída por todos esos procesos que
haga posible llegar más cerca de la naturaleza o, como la gente dice a veces,
de la esencia de lo psíquico, entonces eso es más difícil de contestar. Si una
pregunta análoga se le plantea a un físico (en cuanto a la naturaleza de la
electricidad, por ejemplo), su respuesta hasta hace muy poco tiempo hubiera
sido: «Con el fin de explicar ciertos fenómenos suponemos la existencia de
fuerzas eléctricas que se hallan presentes en las cosas y emanan de ellas.
Estudiamos esos fenómenos, descubrimos las leyes que los gobiernan y disponemos
de ellos para usarlos.
Esto nos satisface
provisionalmente. No conocemos la naturaleza de la electricidad. Tal vez la
descubramos un día conforme nuestro trabajo progrese. Hemos de admitir que lo
que ignoramos es precisamente la parte más importante e interesante de toda la
cuestión, pero por el momento esto no nos preocupa. Así ocurren sencillamente
las cosas en las ciencias naturales.» La psicología también es una ciencia
natural. ¿Qué otra cosa puede ser? Pero su caso es diferente. Nadie es bastante
atrevido para emitir juicios acerca de cuestiones físicas; pero todo el mundo
-el filósofo y el hombre de la calle por igual- tiene su opinión sobre los
problemas psicológicos y se comporta como si por lo menos fuera un psicólogo
amateur. Y ahora viene lo notable.
Todo el mundo -o casi todo el
mundo- está de acuerdo en que lo psíquico tiene realmente una cualidad común en
la cual se expresa su esencia: la cualidad - única, indescriptible, pero no
necesitando descripción- de ser consciente. Todo lo que es consciente, dicen,
es psíquico, y, al contrario, todo lo que es psíquico es consciente; esto es
evidente, y contradecirlo es un disparate. No puede decirse que esta decisión
arroje mucha luz sobre la naturaleza de lo psíquico, porque la conscienciación
es uno de los hechos fundamentales de nuestra vida y nuestras investigaciones
tropiezan con ella y no pueden encontrar un camino detrás. Además, la
equiparación de lo que es psíquico con lo que es consciente tuvo el indeseable
resultado de divorciar los procesos psíquicos del contexto general de los
acontecimientos en el universo y de colocarlos en completo contraste de todos
los demás. Pero esto no sería así, puesto que no se podría pasar por alto el
hecho de que los fenómenos psíquicos dependen en alto grado de influencias
somáticas y por su parte tienen los más potentes efectos sobre los procesos
corporales.
Si alguna vez el pensamiento
humano se ha encontrado en un callejón sin salida, es aquí. Para encontrar una
salida los filósofos se vieron obligados a suponer que existían procesos
orgánicos paralelos a los procesos psíquicos conscientes, relacionados con
ellos de un modo difícil de explicar, que actuaban como intermediarios en las
relaciones recíprocas entre «cuerpo y mente», lo cual sirvió para reinsertar lo
psíquico en la textura de la vida. Pero esta solución resultaba insatisfactoria.
El psicoanálisis escapó a
dificultades de este tipo negando enérgicamente la equiparación de lo psíquico
y lo consciente. No; el ser consciente no puede ser la esencia de lo que es
psíquico. Es sólo una cualidad de lo que es psíquico, y desde luego una cualidad
inconstante, que se halla muchas más veces ausente que presente. Lo psíquico,
sea cualquiera su naturaleza, es por sí mismo inconsciente y probablemente de
una clase similar a todos los demás procesos naturales de los que tenemos algún
conocimiento. El psicoanálisis basa sus afirmaciones en un cierto número de
hechos de los que daré ahora una selección.
Sabemos a lo que nos referimos
cuando decimos que a uno «se le ocurren» algunas ideas-pensamientos que
aparecen súbitamente en la consciencia sin que percibamos los pasos que
llevaron a ellos, aunque también han debido ser actos psíquicos. Puede incluso
suceder que lleguemos por este camino a la solución de algún problema
intelectual difícil que antes, durante algún tiempo, se había burlado de nuestros
esfuerzos. Todo el complicado proceso de selección, rechazo y decisión que ha
ocupado el intervalo se ha hallado fuera de la consciencia. No es ninguna nueva
teoría el decir que eran inconscientes y tal vez también continuaron siéndolo.
En segundo lugar, tomaré un
sencillo ejemplo para representar una clase inmensamente grande de fenómenos.
El presidente de una corporación pública (la Asamblea de los Diputados
del Parlamento de Austria) en una ocasión abrió una sesión con las siguientes
palabras: «Me doy cuenta de que se halla presente un número suficiente de
diputados, y por tanto, declaro la sesión terminada.» Fue un desliz verbal,
porque no hay duda de que lo que el presidente quería decir era «abierta». ¿Por
qué entonces dijo lo contrario? Esperamos que se nos dirá que fue un error
accidental, un fracaso al realizar una intención, como puede suceder fácilmente
por diversas razones: no tenía ningún significado, y en cualquier caso los
contrarios se sustituyen uno por otro con facilidad.
Pero si tenemos en cuenta la
situación en que ocurrió el desliz verbal, nos inclinaremos a preferir otras
explicaciones. Muchas de las anteriores sesiones de la Asamblea habían sido
desagradablemente tormentosas y no habían realizado nada, de modo que resultaba
natural que el presidente pensara en aquel momento al hacer su manifestación
pública: «¡Si la sesión, que está en sus comienzos, se hubiera acabado!… ¡Me
gustaría más levantarla que abrirla!» Cuando empezó a hablar, probablemente no
se daba cuenta de este deseo -no era consciente para él-; pero se encontraba
ciertamente presente y pudo manifestarse, contra la voluntad del que hablaba,
en su aparente equivocación. Un solo ejemplo no puede permitirnos decidir entre
dos explicaciones diferentes. Pero ¿qué diríamos si todas las equivocaciones
verbales pudieran ser explicadas de la misma forma y del mismo modo, y también
todas las equivocaciones escritas, todo error al leer o al oír y todas las
acciones equivocadas?
¿Qué diríamos si en todos estos
ejemplos (podríamos decir sin ninguna excepción) fuera posible demostrar la
presencia de un acto psíquico -un pensamiento, un deseo o una intención- que
explicaría la aparente equivocación y que era inconsciente en el momento en el
que se realizó, aunque haya podido ser previamente consciente? Si esto fuera
así, no sería ya realmente posible seguir negando el hecho de que existen actos
psíquicos que son inconscientes y que incluso a veces son activos mientras son
inconscientes, e incluso en este caso pueden a veces influir considerablemente
en las intenciones conscientes. La persona que ha sufrido una equivocación de
esta clase puede reaccionar a ella de varias maneras. Puede pasarla
completamente por alto o puede percibirla y quedar confusa y avergonzada. Por
lo regular no puede encontrar la explicación por sí misma y sin ayuda ajena, y
con frecuencia rehúsa a aceptar la explicación cuando se le coloca ante ella
por lo menos durante algún tiempo.
En tercer lugar, finalmente, es
posible, en el caso de personas en estado hipnótico, probar experimentalmente
que existen cosas como los actos psíquicos inconscientes y que la
conscienciación no es una condición indispensable para la actividad (psíquica).
Cualquiera que haya presenciado uno de estos experimentos recibirá una impresión
inolvidable y una convicción que nunca será quebrantada. Esto es, poco más o
menos, lo que ocurre. El médico entra en la sala del hospital, apoya su
paraguas en el rincón, hipnotiza a uno de los pacientes y le dice: «Ahora me
voy. Cuando vuelva, usted saldrá a mi encuentro con mi paraguas abierto y lo
mantendrá sobre mi cabeza.» Entonces el médico y sus ayudantes abandonan la
sala. En cuanto vuelven, el paciente, que ya no se halla hipnotizado, lleva a
cabo exactamente las instrucciones que se le dieron mientras estaba bajo
hipnosis. EI médico le pregunta: «¿Qué está usted haciendo? ¿Qué significa
esto?» El paciente queda claramente confundido. Hace alguna observación
inoportuna, como: «Sólo pensé, doctor, que, como llueve afuera, usted abriría
su paraguas en la sala antes de salir.» La explicación es evidentemente
inadecuada y hecha en el apuro del momento para ofrecer algún motivo de su
conducta sin sentido. Es evidente, para nosotros los espectadores, que ignora
su real motivo. Sin embargo, nosotros sabemos cuál es, porque estábamos
presentes cuando se le hizo la sugestión que ahora realiza, mientras que él
nada sabe del acto que está en acción. La cuestión de la relación del
consciente con lo psíquico puede ser considerada ahora como establecida: la consciencia
es sólo una cualidad o atributo de lo que es psíquico, pero una cualidad
inconstante.
Pero existe otra objeción que
hemos de aclarar. Se nos dice que, a pesar de los hechos que hemos mencionado,
no es necesario abandonar la identidad entre lo que es consciente y lo que es
psíquico; los llamados procesos psíquicos inconscientes son los procesos
orgánicos que desde hace tiempo se ha reconocido que corren paralelos a los
procesos mentales. Esto, naturalmente, reduciría nuestro problema a una cuestión,
aparentemente baladí, de definición. Nuestra respuesta es que estaría
injustificado y sería impropio establecer una brecha en la unidad de la vida
mental para lograr una definición, puesto que en cualquier caso está claro que
la consciencia sólo puede ofrecernos un cadena incompleta y rota de fenómenos.
Y sería una cuestión de suerte que hasta en el cambio hubiera sido hecho en la
definición de lo psíquico, no resultara posible construir una teoría amplia y
coherente de la vida mental. Ni es necesario suponer que esta visión
alternativa de lo psíquico sea una innovación debida al psicoanálisis.
Un filósofo alemán, Theodor
Lipps, afirmó con la mayor claridad que lo psíquico es en sí mismo inconsciente
y que lo inconsciente es lo verdaderamente psíquico. El concepto del
inconsciente ha estado desde hace tiempo llamando a las puertas de la
psicología para que se le permitiera la entrada. La filosofía y la literatura
han jugado con frecuencia con él, pero la ciencia no encontró cómo usarlo. El
psicoanálisis ha aceptado el concepto, lo ha tomado en serio y le ha dado un
contenido nuevo. Con sus investigaciones ha llegado a un conocimiento de las
características de lo psíquico inconsciente que hasta ahora eran insospechadas
y ha descubierto algunas de las leyes que lo gobiernan. Pero nada de esto
implica que la calidad de ser consciente haya perdido su importancia para
nosotros. Continúa siendo la luz que ilumina nuestro camino y nos lleva a
través de la oscuridad de la vida mental.
Como consecuencia del carácter
especial de nuestros descubrimientos, nuestro trabajo científico en la
psicología consistirá en traducir los procesos inconscientes en procesos
conscientes, llenando así las lagunas de la percepción consciente.