sábado, 9 de junio de 2012

Unidad 4. El problemas del pensamiento

Consideraciones / 3

El diálogo pedagógico pensado desde Bajtín

Para el linguista ruso Mijail Bajtín, el sujeto debe ser garante y responsable de sí mismo, ya que cada yo ocupa un tiempo y un espacio únicos. La ética bajtiniana se vincula con el acto mismo de vivir y convivir; por ello se le denomina ética dialógica, cuyo postulado central reposa en la triada yo para mí - otro para mí - yo para otro, como afirma Tatiana Bubnova.

La ética se entiende como filosofía de la vida, porque no parte de un principio abstracto, sino vivenciado, que coloca al hombre en relación con el mundo. «La ética no está basada en principios abstractos sino en el patrón de los hechos reales que ejecuto en el suceso que es mi vida. Mi yo es ese que por tal ejecución responde a otros yo y al mundo desde el lugar y tiempo únicos que yo ocupo en mi existencia», plantea Clark.

"La metafísica de la presencia", según Tatiana Bubnova, lleva a un salir de sí al hombre para ubicarse en el lugar del otro. «La forma como yo me constituyo es por medio de una búsqueda. Voy hacía el otro para regresar con un sí mismo. Yo "vivo dentro" de una conciencia del otro, veo el mundo a través de los ojos de ese otro», sostiene Clark. Pero, a su vez, lo enriquezco con mi propia mirada sobre el mundo, porque desde mi propio tiempo y lugar veo lo que el otro no ve. En palabras del escritor José Saramago: «es necesario salir de la isla para ver la isla, que no nos vemos si no nos salimos de nosotros».

Bajtín señala que «así como el problema de conocer las cosas se soluciona al encontrar los términos que nos permiten ver el mundo, de la misma forma, el problema de conocer el yo se soluciona aprendiendo a visualizar mi yo», afirma Clark.

El concepto evasivo del yo del sujeto moderno es recuperado por Bajtín desde la categoría de la
alteridad. Con él descubrimos el carácter parcial de nuestra mirada frente a nosotros mismos y al otro, pues está sujeta a un lugar y a un tiempo; de ahí deviene la importancia de la visión, del punto de vista y, por supuesto, de la metáfora de Saramago sobre la ceguera y por ende de la necesidad de emprender el viaje hacía "la isla desconocida", que no es otra cosa que el viaje hacía la interioridad.

Una pedagogía de hoy debe basarse en el reconocimiento de la otredad como fundamento del yo y en el respeto de la mirada del otro que completa mi mirada sobre sí mismo y el mundo. El diálogo pedagógico toma arraigo en ese reconocimiento y lo supone como requisito insistituible de su propia existencia.

La comunicación en la que se sostiene el quehacer pedagógico debe ir más allá de la transmisión
de información para encontrarse en y con el otro, y esto sólo es posible cuando el otro revela su pensamiento y su individualidad. Cuando el diálogo que se establece entre el maestro y el alumno es verdadero, se supera el dogmatismo en aras de la construcción mutua del conocimiento. El espacio académico no puede ser unívoco; se debe fundamentar en la multiplicidad de voces que lo conforman y reconocer la complejidad que lo caracteriza; más aún, en el aquí y en el ahora de una sociedad que se debate entre múltiples fuerzas ideológicas y políticas.

Una nueva concepción antropológica aplicada al proceso educativo debe partir del principio de
interacción humana. Al decir de Todorov: «Es imposible concebir al ser humano fuera de las
relaciones que le ponen en contacto con el otro».La relación entre los sujetos debe basarse en una ética de la comunicación que tenga como soportes el respeto y la confianza. El educador es en la medida en que descubra que su legitimidad está sancionada por la existencia del otro. Ser docente significa comunicar en el más profundo sentido del término; este quehacer se encuentra
en la frontera con el otro.

La misión del educador, por tanto, debe partir del respeto de la autonomía del otro. Para cumplir
con su labor pedagógica, el maestro debe encarnarse en el otro y ver con el otro. La premisa
fundamental de la acción comunicativa es la discusión académica que hace propicio el diálogo
y la escucha del otro.

(adaptado de "Las voces del otro" por  Blanca Inés Goméz y Myriam Castillo Perilla)


El ritmo
Octavio PAZ

Las palabras se conducen como seres caprichosos y autónomos. Siempre dicen "esto y lo otro" y, al mismo tiempo, "aquello y lo de más allá". El pensamiento no se resigna; forzado a usarlas, una y otra vez pretende  reducirlas a sus propias leyes; y una y otra vez el lenguaje se rebela y rompe los diques de la sintaxis y del diccionario.

Léxicos y gramáticas son obras condenadas a no terminarse nunca. El idioma está siempre en movimiento, aunque el hombre, por ocupar el centro del remolino, pocas veces se da cuenta de este incesante cambiar. De ahí que, como si fuera algo estático, la gramática afirme que la lengua es un conjunto de voces y que éstas constituyen la unidad más simple, la célula lingüística. En realidad, el vocablo nunca se da aislado; nadie habla en palabras sueltas. El idioma es una totalidad indivisible; no lo forman la suma de sus voces, del mismo modo que la sociedad no es el conjunto de los individuos que la componen.

Una palabra aislada es incapaz de constituir una unidad significativa. La palabra suelta no es, propiamente, lenguaje; tampoco lo es una sucesión de vocablos dispuestos al azar. Para que el lenguaje se produzca es menester que los signos y los sonidos se asocien de tal manera que impliquen y transmitan un sentido.

La pluralidad potencial de significados de la palabra suelta se transforma en la frase en una cierta y única, aunque no siempre rigurosa y unívoca, dirección. Así, no es la voz, sino la frase u oración, la que constituye la unidad más simple del habla. La frase es una totalidad autosuficiente; todo el lenguaje, como un microcosmos, vive en ella. A semejanza del átomo, es un organismo sólo separable por la violencia. Y en efecto, sólo por la violencia del análisis gramatical la frase se descompone en palabras.

El lenguaje es un universo de unidades significativas, es decir, de frases. Basta observar cómo escriben los que no han pasado por los aros del análisis gramatical para comprobar la verdad de estas afirmaciones. Los niños son incapaces de aislar las palabras. El aprendizaje de la gramática se inicia enseñando a dividir las frases en palabras y éstas en sílabas y letras. Pero los niños no tienen
conciencia de las palabras; la tienen, y muy viva, de las frases: piensan, hablan y escriben en bloques significativos y les cuesta trabajo comprender que una frase está hecha de palabras. Todos aquellos que apenas si saben escribir muestran la misma tendencia. Cuando escriben, separan o juntan al azar los vocablos: no saben a ciencia cierta dónde acaban y empiezan. Al hablar, por el contrario, los analfabetos hacen las pausas precisamente donde hay que hacerlas: piensan en frases.

Asimismo, apenas nos olvidamos o exaltamos y dejamos de ser dueños de nosotros, el lenguaje natural recobra sus derechos y dos palabras o más se juntan en el papel, ya no conforme a las reglas de la gramática sino obedeciendo al dictado del pensamiento. Cada vez que nos distraemos, reaparece el lenguaje en su estado natural, anterior a la gramática. Podría argüirse que hay palabras aisladas que forman por sí mismas unidades significativas.

En ciertos idiomas primitivos la unidad parece ser la palabra; los pronombres demostrativos de algunas de estas lenguas no se reducen a señalar a éste o aquél, sino a "esto que está de pie", "aquel que está tan cerca que podría tocársele", "aquélla ausente", "éste visible", etc.  Pero cada una de estas palabras es una frase. Así, ni en los idiomas más simples la palabra aislada es lenguaje. Esos pronombres son palabras-frase.

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