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capítulo 1, que se encuentra digitalizado (no así el capítulo 6) y que se
encuentra a continuación
DONALD LOWE
Historia de la percepción burguesa, FCE, Buenos Aires, 1986.
CAPITULO I
Lo que estoy proponiendo aquí, la historia de la percepción,
no es historia intelectual ni análisis estructuralista. La primera se preocupa
por el contenido del pensamiento, a saber, las ideas, y las organiza como
grupos, o sigue su origen hasta pensadores individuales. Por consiguiente, la
historia intelectual es idealista. Por otra parte, el estructuralismo plantea
un sistema sincrónico para determinar el contenido del pensamiento. Desde mi
punto de vista, es demasiado formalista y por ello incapaz de explicarnos
ciertos cambios del contenido del pensamiento. Mi historia de la percepción es
un estudio de la interacción dinámica entre el contenido del pensamiento y la
institucionalización del mundo. En otras palabras, la fenomenología de la percepción
es ese cable de conexión que por una parte es capaz de dar un contexto
inmediato al pensamiento y, por la otra, queda determinado por la
institucionalización del mundo.
En lugar de pensamiento (o conciencia) y sociedad, yo estoy
proponiendo la historia de la percepción como vínculo intermediario entre el
contenido del pensamiento y la estructura de la sociedad. Por “percepción” no
quiero decir la neurofisiología de la percepción, ni la psicología conductista
de la percepción, sino una descripción inmanente de la percepción como
experiencia humana . Como lo subrayó Merleau Ponty en su obra seminal,
Fenomenología de la percepción, el ser humano se conecta con el mundo por vía
de la percepción . La percepción, como el vínculo vital, incluye al sujeto como
perceptor, el acto de percibir y el contenido de lo percibido. El sujeto
perceptor, desde una ubicación encarnada, enfoca al mundo como campo vivido,
horizontal. El acto de percibir une al sujeto con lo percibido. Y el contenido
de lo percibido, resultante de tal acto, afecta la influencia del sujeto en el
mundo. Por tanto, la percepción es un todo reflexivo, integral, que abarca al
perceptor, el acto de percibir y el contenido de lo percibido. La descripción
inmanente de la percepción debe enfocarla desde estos tres aspectos.
Yo propongo que la percepción como todo reflexivo e integral
es el contexto inmanente y hermenéutico en el cual localizar todo contenido de
pensamiento. Esta percepción está limitada por tres factores, a saber: i) los
medios de comunicación que enmarcan y facilitan el acto de percibir; ii) la
jerarquía de los sentidos, es decir, el oído, el tacto, el olfato, el gusto y
la vista, que estructura el sujeto como perceptor encarnado, y iii) las
presuposiciones epistémicas que ordenan
el contenido de lo percibido. Los tres están relacionados e interactúan. En
conjunto constituyen un campo de percepción, dentro del cual se vuelve posible
el conocimiento específico.
Y no sólo están relacionados: estudios recientes revelan que
los medios de comunicación, la jerarquía de los sentidos y el orden epistémico
cambian con el tiempo. De allí que el campo perceptual constituido por ellos
difiera de un periodo a otro. Hay una historia de la percepción para delimitar
el contenido cambiante de lo conocido.
LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN
En nuestro siglo proliferan los medios de comunicación, cada
uno de los cuales sucede y se sobrepone a los anteriores. Así, el cine ha dado
dinamismo a la fotografía, y la televisión ha transformado la transmisión por radio.
Tenemos una conciencia cada vez mayor de que estos medios no sólo trasmiten
información sino que la empacan y la filtran, cambiando de este modo su
significado. Como ejemplos específicos tomemos la narración de una escena en la
novela y en el cine. La literatura narrativa, mediante un sistema de señales
lingüísticas, acumulativamente describe una escena añadiendo una pieza de
información a otra. No hay otra manera de hacerlo en letras de molde. Pero la
cinematografía, utilizando imágenes “móviles” discontinuas, puede introducir
una mise en scene, o pasar, con un zoom de un close up o acercamiento a toda
una escena. El medio tal vez no sea el mensaje, pero determina el mensaje para
el espectador o el auditor. De este modo necesitamos estudiar los medios de
comunicación como factor determinante en la percepción.
En la actualidad tenemos buen número de teorías de
comunicación que explican el estado de los medios informativos, que van desde
el modelo matemático de Shannon Weaver hasta la semiótica de Umberto Eco y
Thomas Sebeok. Entre todos ellos yo estoy dispuesto a favorecer lo resumido en
The Presence of the Word de Walter Ong. La teoría de Ong no es enteramente
original sino que es un resumen sucinto de las obras de muchos, incluso de la
suya propia sobre la lógica rameana. Aunque el tema del catolicismo imbuye su
versión (Ong es jesuita), sin embargo su teoría es la más amplia; y yo basaré
en ella mi análisis de los medios de comunicación.
La cultura puede concebirse como oral, quirográfica,
tipográfica o electrónica, según los medios de comunicación que la sostengan.
Cada uno de estos cuatro tipos de cultura organiza y enmarca el conocimiento
cualitativamente en una forma por entero distinta de los otros tres. Y son
históricamente sucesivos, ya que cada tipo ulterior queda sobrepuesto a los
anteriores, aunque residuos del tipo anterior persistan para afectar al
posterior.
Una cultura oral no tiene lenguaje escrito y, por tanto, no
tiene registros, no hay textos. En esa sociedad, el habla cumple una
combinación de funciones que la cultura tipográfica tiende a separar en
compartimientos. En una cultura tipográfica el habla es comunicación, mientras
que el conocimiento se conserva no por medio del habla sino de la prensa. Y
todos sabemos cómo la comunicación oral puede cambiar inadvertidamente el
contenido del conocimiento. Sin embargo, en una cultura oral, sin el beneficio
de registros escritos, el habla tiene que satisfacer las dos funciones: de
conservar el conocimiento así como la comunicación, pues sólo en el acto de
hablar puede conservarse su conocimiento. Aunque sin el apoyo de la imprenta,
el habla en la cultura oral es ayudada por el arte de la memoria . Se organizan
palabras rítmicas, en fórmulas y lugares comunes, y después se les dan pausas
métricas. De esta manera es posible recordarlas y recitarlas con gran
facilidad. Y lo que se puede recitar y repetir se conservará. La recitación
métrica de fórmulas y lugares comunes rítmicos ofrece una red de comunicaciones
para determinar el conocimiento en la cultura oral. Sólo pueden conservarse
como conocimiento aquellos fenómenos que embonen en las fórmulas y lugares
comunes. Lo nuevo y lo claramente distinto pronto será olvidado. Por
consiguiente, el conocimiento en la cultura oral tiende a ser conservador, no
especializado, y su contenido no es analítico sino formulaico.
La introducción de un lenguaje escrito, sea ideográfico o
alfabético y su conservación en algún tipo de manuscrito constituyeron una
cultura quirográfica. Aunque se necesitó largo tiempo para lograrlo, la
escritura acabó por separar del habla y de la memoria el conocimiento. Un
lenguaje escrito conservaba el conocimiento después del acto del habla y más
allá de la desaparición del recuerdo.
Se podía recurrir a cualquier pieza de escritura, aprenderla
y criticarla, mientras que antes, en una cultura oral, el conocimiento dependía
de la actuación del hablante.
La separación del conocimiento y el habla es una realización
extraordinariamente difícil, que cada sociedad con escritura debe esforzarse
por llevar a cabo, sobre un periodo prolongado, con un resultado distinto. La
cultura quirográfica de la antigüedad clásica introdujo un nuevo ideal, la
lógica abstracta formal . No obstante, la tradición oral en la organización del
conocimiento, por ejemplo, la retórica y la disputación, persistió desde la
antigüedad clásica hasta el Renacimiento, pasando por la Edad Media. Mientras
el conocimiento de la escritura fue monopolio de una elite de escribas, aparte
de las masas iletradas, la cultura quirográfica nunca pudo desplaza por
completo a la cultura oral. En cambio, la primera fue superpuesta a la última,
y sólo lentamente fue filtrándose hacia abajo. Una monografía reciente ha
documentado la gradual penetración de la cultura quirográfica en la Inglaterra medieval . A
lo largo de tal periodo, “leer” fue leer en voz alta; y el pueblo seguía
confiando mucho más en la tradición oral que en los registros escritos. Sin
embargo, la creación y retención de registros escritos ya había transformado,
acumulativamente, a Inglaterra en una sociedad “letrada” a comienzos del siglo
XIV.
La revolución tipográfica de mediados del siglo XV introdujo
una cultura enteramente nueva, y mucho más dinámica, de medios de información
impresos, con consecuencias tan formidables como las de la transición de la
cultura oral a la cultura quirográfica. De hecho, los efectos de la revolución
tipográfica sobre la cultura quirográfica fueron más rápidos que los de la
escritura sobre la cultura oral. Elizabeth Eisenstein, en The Printing Press as
an Agent of Change, ha enumerado los principales rasgos de esta transformación
. La imprenta diseminó textos de diversos periodos y países, despertando la
conciencia de las diferencias y la necesidad de una comparación crítica.
Estandarizó no sólo textos sino también calendarios, diccionarios mapas,
cartas, diagramas y otras ayudas visuales, por lo que se puso de manifiesto el
valor de la "afirmación pictórica exactamente repetible". La
familiaridad con el uso el orden alfabético, de los números arábigos, de los
signos de puntuación, de las divisiones seccionales, de los índices, etcétera'
todo ayudó a sistematizar el pensamiento. Y la imprenta puso Fin al problema de
la corrupción por la memoria o el manuscrito. En cambio, el nuevo carácter fijo
de la información tipográfica fue requisito básico del rápido y acumulativo
avance del conocimiento.
La cultura quirográfica hizo posible el descubrimiento de
una lógica abstracta formal, aparte del habla y de la memoria; pero quedó
reservado a la cultura tipográfica introducir un nuevo ideal de conocimiento
objetivo, es decir, la ciencia del siglo XVII. Por alguna razón, la quirografía
nunca o superar la conexión oral entre
el hablante y el contenido del conocimiento. Y el conocimiento pre-tipográfico
seguía organizado como retórica, polémica o disputación. La imprenta finalmente
estandarizó la comunicación de conocimientos, independientemente de todo
hablante o manuscrito particular. La estandarización tipográfica hizo pasar lo
conocido, enteramente, al "contenido". Esto significó una
formalización de lo conocido como contenido, aparte del cognoscente. Antes, fue
muy difícil separar uno del otro, y ciertos cuerpos de conocimiento dependían
de la trasmisión personal por un maestro. Pero ahora el contenido formalizado,
es decir, despersonalizado, en letras de imprenta, era accesible a cualquier
lector competente, calificado. Así la estandarización tipográfica hizo posible
el nuevo ideal de conocimiento objetivo. (Al hablar de "posibilidad",
no estoy diciendo que la imprenta causó el conocimiento objetivo; antes bien,
que la imprenta fue una de las condiciones necesarias para descubrir el
conocimiento objetivo.)
Nosotros, en el siglo XX, estamos entrando en una cultura
electrónica. Con ello quiero decir una cultura de la comunicación basada en
medios eléctricos y electrónicos, como el telégrafo, el teléfono, el fonógrafo,
la radio, el cinematógrafo, el televisor, la videocasetera, el tocadiscos y la
computadora, más otros que están por venir. La nueva cultura electrónica se
está superponiendo a la antigua cultura tipográfica, sin desplazarla por
completo. Ésta es, en realidad, una época de transición, comparable a la
transición del siglo XVI: de la cultura quirográfica a la tipográfica. Como
estamos entrando en una nueva cultura de medios de comunicación tenemos mayor
conciencia del contorno de la antigua cultura tipográfica. Pero las
implicaciones perceptuales de la nueva cultura electrónica, que nos llegan
subliminalmente, son mucho más difíciles de precisar.
En esto, creo que es muy útil la obra de J.R. Pierce,
Symbols, Signals and Noise, presentación no técnica de la teoría de la
información de Claude Shannon . La teoría de la información es la base
estadística y matemática para la comunicación de mensajes a través de medios
electrónicos. Según ella, todo mensaje en su fuente, sea en lenguaje o en
imagen, puede codificarse en números dígitos binarios de uno y cero. El
bit(contracción de] término binary digit), que simplemente es una elección
entre el positivo y el negativo, es la unidad básica de información que se
trasmitirá a través del medio electrónico, y luego será descifrado en el
extremo receptor. En esta forma el lenguaje puede ser trasmitido a través de un
cable, o de una imagen por vía de televisión. En un proceso de codificación,
trasmisión y desciframiento es posible calcular estadísticamente el número de
bits de información que se pueden enviar a través de la capacidad de cierto
canal dentro de un periodo limitado, tomando en cuenta la cantidad tolerable de
interferencia y retraso. Por consiguiente la teoría de la información se
interesa en saber qué tipo de mensaje puede comunicarse más eficientemente a
través de qué tipo de canal.
La transición de la cultura tipográfica a la electrónica es,
fundamentalmente, un cambio a partir de la comunicación por medio M tipo a la
comunicación por medio del bit. Si el tipo ha hecho más formal y objetivo el
conocimiento quirográfico, entonces nuestro problema es: ¿cómo ha transformado
el bit al conocimiento tipográfico? Mientras que el tipo tiene fijeza, el bit
no es más que una unidad estadística, una traducción matemática de un lenguaje
o imagen, existente. Abraza una lógica elemental de oposiciones binarias, es
decir, es posible descomponer todos los fenómenos en códigos basados en un
positivo y un negativo, 1 y 0. Por tanto la lógica de la ciencia objetiva está
siendo desplazada por la lógica binario digital de la ciencia de las
computadoras. Las oposiciones binarias recorren todos los niveles de cualquier
estructura. La antigua fijeza de la imprenta está siendo subvertida por un
nuevo conocimiento de estadística y probabilística.
Quienes estudian la historia de los medios de comunicación,
entre ellos Ong, han mostrado cómo ciertos medios se relacionan con
organizaciones específicas de los sentidos humanos. Este aspecto de su estudio
ha sido reforzado por las obras de los historiadores de los Annales , y por la
fenomenología de la percepción sensorial . Sobre estas bases yo explicaré en
esta sección qué es la jerarquía de los sentidos, y luego propondré cómo
diferentes culturas de medios de comunicación implican organizaciones
jerárquicas especificas de los sentidos.
Los cinco sentidos humanos, es decir, el oído, el tacto, el
olfato, el gusto y la vista, conectan al sujeto con el mundo. Cada sentido ya
es una conexión cualitativamente distinta entre el sujeto y el mundo
circundante. Pero ninguno de los sentidos es enteramente autónomo. Por ejemplo,
el gusto es reforzado por la vista y el olfato; sin la correlación de estos
últimos dos sentidos, la comida no sabe igual. En conjunto los cinco sentidos
nos dan la experiencia de la realidad.
De los cinco sentidos el oído es el más continuo y
penetrante. Digo esto aun cuando muchos, desde Aristóteles en la Metafísica hasta Hans
Jonas en The Phenomenon of Life(1966), han dicho que la vista es el más noble.
Pero la vista siempre va dirigida a lo que está enfrente, no demasiado lejos ni
demasiado cerca, pues de otra manera no podemos ver claramente. Y la vista no
puede doblar una esquina; al menos, no sin ayuda de un espejo. En cambio, el
sonido nos llega, nos rodea de momento, con un espacio acústico lleno de
timbres y matices. Es más cercano y sugestivo que la vista. La vista siempre es
la percepción de una superficie desde un ángulo particular. Pero el sonido es
la percepción capaz de penetrar bajo la superficie. Por ejemplo, el sonido
puede poner a prueba la solidez de la materia; y el habla es una comunicación
que conecta a una persona con otra. Por tanto, la calidad del sonido es
fundamentalmente más vital y conmovedora que la de la vista.
El tacto es el más realista y seguro de los cinco sentidos.
Lo que vemos u oímos, siempre queremos verificarlo por el sentido del tacto. El
tacto es tangible y sustantivo. Es la conexión perceptual última entre un
sujeto y otro, de modo que podemos estar seguros de lo que vimos u oímos. Sólo
cuando lo toco sé cuán duro o resistente es un objeto, cualidades que el
aspecto y el sonido no pueden revelar. Asimismo, cuando toco y luego siento a
otra persona, he hecho contacto con otra vida. Tocar es, fundamentalmente, contacto
físico. Caracteriza a cada uno de nosotros como ser sensual y sexual, que busca
la unión física con otro ser.
La vista, en contraste con el oído, el tacto, el gusto y el
olfato, es, eminentemente, un acto de distanciamiento, de juicio. Los datos de
los otros cuatro sentidos llegan a nosotros, por lo que perceptualmente nos
conectamos con lo que está próximo. Pero la vista es una extensión en el
espacio, y presupone una distancia. Vemos abrirse frontalmente ante nosotros un
campo horizontal, dentro del cual localizamos los objetos de nuestra atención;
frontal en el sentido de que sólo vemos lo que se presenta ante nuestros ojos.
Y suponemos una posición erecta en relación con los datos de la vista. Podemos
oír, tocar, ver y gustar en cualquier posición que queramos, sin afectar ese
sentido en particular. Pero la vista es más segura cuando adoptamos la posición
erecta, porque desde tal perspectiva usual podemos comparar y contrastar los
objetos de nuestra atención contra un fondo vasto y difuso. Dentro de esta
extensión frontal, erecta, horizontal, la vista constituye un juicio. Los otros
cuatro sentidos pueden ser muy refinados y discriminadores, pero sólo la vista
puede analizar y medir. Ver es una percepción comparativa de cosas que hay ante
nosotros, el comienzo de la objetividad. Por ello la vista ha sido íntimamente
relacionada al intelecto.
Percibimos no sólo por la vista sino mediante una
combinación de los cinco sentidos, que se verifican y refuerzan unos a otros.
De otra manera nuestra experiencia de la realidad quedaría sumamente mutilada.
Además cada persona tiene una combinación ligeramente distinta de capacidad
sensorial Un músico debe tener mejor oído que la mayoría de la gente; y un buen
chef tiene mejores papilas gustativas. Por tanto cada uno de nosotros tiene una
experiencia ligeramente distinta de la realidad debido a la diferente
combinación de los cinco sentidos.
El argumento en la historia de la percepción, no concierne a
variaciones individuales. En cambio propone que los medios de comunicación de
cada periodo, sean orales, quirográficos, tipográficos o electrónicos, subrayan
diferentes sentidos o combinaciones de ellos, apoyando una organización
jerárquica distinta de los sentidos. Y el cambio en la cultura de los medios de
comunicación conduce, a la postre, a un cambio en la jerarquía de los sentidos.
En una cultura oral el oído sobrepasa a la vista como el más
importante de los cinco sentidos. En semejante cultura, comunicación oral es
comunicación auditiva. A falta de lenguaje escrito en manuscritos o en tipos,
el conocimiento se comunica exclusivamente por el habla. Y el habla hay que
oírla cercana e instantáneamente, puesto que no hay teléfono, fonógrafo, radio,
videocasetera ni tocadiscos para trasmitir un mensaje hablado a través del
tiempo o el espacio. El habla es directamente asimilada por el oído, sin
mediación del ojo. Y nos conmueve más el sonido que la vista, ya que el primero
nos rodea, mientras la segunda nos distancia. El habla rítmica, métrica,
constituye así la comunicación oral / auditiva, del conocimiento como suceso
público haciéndolo más intenso y real que la comunicación quirográfica,
tipográfica o aun electrónica. En una cultura oral oír no ver
es creer.
La transición de una cultura oral a una quirográfica no fue
tanto un desplazamiento cuanto una sobreposición de una cultura de medios de
comunicación sobre otra. Y la cultura quirográfica no alteró la supremacía del
oído en la jerarquía de los sentidos. La cultura quirográfica de la Edad Media , como lo
afirman los historiadores de los Annales, continuó subrayando la prioridad del
oído y del tacto sobre la vista. La gente daba más crédito a lo que podía oír y
tocar que a lo que podía ver. Durante este periodo la escritura fue monopolio
de una pequeña elite clerical, y la lectura siempre se lograba con mucha
dificultad. En realidad, leer seguía siendo leer en voz alta, de modo que el
oído pudiese asimilar el mensaje. Antes de la invención de la tipografía la
visualidad nunca logró derrocar la supremacía auditiva y táctil de los sentidos
humanos.
La cultura tipográfica finalmente rompió los frenos
audiotáctiles impuestos por las culturas oral y quirográfica, y en cambio
introdujo la supremacía de la vista en la jerarquía de los sentidos. La página
impresa, con sus tipos estandarizados, su puntuación y sus divisiones
seccionales, gradualmente acostumbró el ojo a la presentación de mensajes en un
espacio formal y visual. Esta estandarización del espacio visual aún no se
lograba en la quirografia, mientras que el espacio tiempo acústico era el marco
perceptual de la cultura oral. Con este cambio en la jerarquía de los sentidos
“lee” gradualmente se volvió la silenciosa asimilación del mensaje por el ojo.
Además, como tan convincentemente lo arguyó William Ivins, Jr., en Prints and
Visual Communication, la estandarización de los tipos hizo, desde el principio,
que la información visual fuese más fidedigna que la información auditiva y
táctil . Antes, las copias manuscritas inevitablemente corrompían la
ilustración, después de unas cuantas manos. Pero, ahora, los tipos pictóricos
eran idénticos en todos los ejemplares de la misma edición. En realidad los
tipos fueron más útiles que las palabras al transmitir información técnica,
científica. La ciencia del siglo XVII vino después de la revolución tipográfica
de los medios de comunicación y de la supremacía de la vista en la jerarquía de
los sentidos y, por tanto, las presupuso.
Sólo ahora, habiendo entrado en una cultura electrónica, se
ha hecho reconocible la jerarquía de los sentidos en la cultura tipográfica.
Mientras nos encontramos dentro del marco de una cultura de medios de
comunicación es mucho más difícil discernir su dinámica perceptual. Walter Ong
afirma que la cultura electrónica ha extendido e intensificado nuestros
sentidos para promover una nueva oralidad, con una mayor perspectiva para la
comunicación ver-bal . Yo convengo en que los medios electrónicos extienden
nuestros sentidos, pero preveo consecuencias muy distintas para la organización
jerárquica de éstos.
Mi idea es que los medios electrónicos han extendido y
extrapolado vista y oído, alterando nuestra realidad cotidiana. La revolución
fotográfica de mediados del siglo XIX hizo que el objeto de la vista, la imagen
visual, fuese mucho más exacta en todos sus detalles que la ilustración
impresa. La imagen gráfica se ha vuelto fotográfica. Sin embargo, como lo
ha indicado Susan Sontag en On
Photography aunque la foto es capaz de perpetuar una imagen visa, se ha perdido
el contexto original de imagen. Y la imagen tampoco está relacionada en alguna
otra forma con la experiencia de vida auténtica de todo observador posterior.
Así, fotográficamente es ver fuera de contexto . No obstante, la imagen
fotográfica es aceptada por el siglo XX como "realista" Y este
"realismo» ha sido intensificado por la imagen móvil del cine mudo.
Correlativamente, el teléfono, el fonógrafo, la radio, el tocadiscos y la
videocasetera han amplificado y extendido el sonido a través del espacio y/o el
tiempo. Esta amplificación del sonido es análoga a la extensión fotográfica de
la visión. Cada una satura de información un solo canal a expensas de los
demás.
Ahora, cine y televisión crearon aquí una
"realidad" basada en la visión y el sonido extendidos, sin ninguna
referencia a los otros tres sentidos. En la actualidad, en nuestra vida
cotidiana, nos bombardean estas nuevas imágenes visuales y auditivas. La
“realidad” comunicada por los medios electrónicos queda sobreimpuesta a la
antigua realidad sostenida por medios tipográficos. Por ello, literalmente, la
primera es una surrealidad. La surrealidad electrónica es multiperspectiva y
ambiental, mientras que la realidad tipográfica es uníperspectiva y objetiva.
Esta surrealidad se obtiene por la extensión y extrapolación de la vista y el
oído a expensas del tacto, el olfato y el gusto.
EL ORDEN EPISTÉMICO
Michel Foucault, en su brillante obra El orden del discurso,
propuso la idea de que el discurso es gobernado por reglas o presuposiciones
epistémicas inconscientes, y que estas reglas, en conjunto, se modificaban de
un periodo a otro . No hay una lógica universal del discurso; y el conocimiento
resultante del discurso es discontinuo. En realidad cada conjunto de reglas
epistémicas define un orden distinto, y cada orden se apropia un terreno
distinto de conocimiento . Foucault, en esa obra, quiso mostrar cómo se
transformaron los órdenes epistémicos, desde el Renacimiento hasta el siglo
XIX. Siguiendo su sugestión, en esta sección pasaré revista muy brevemente a la
transformación de los órdenes epistémicos desde la Edad Media hasta la
actualidad.
La cultura oral quirográfica de la Edad Media fue ordenada
por las reglas epistémicas de la anagogía. Los medios de comunicación no dictan
el orden epistémico, aunque necesariamente delimitan la posibilidad del último.
La anagogía medieval presuponía el ser absoluto de Dios, mientras todo lo demás,
incluso sujeto cognoscente y conocimiento, dependían de él. En lugar de un
conocimiento inmanente la ascendía de ser a devenir. Un ser trascendente creaba
y sostenía el devenir inmanente. Por tanto, sólo podíamos conocer por
referencia a Dios. Y este conocimiento era un asentimiento intelectual basado
en la fe. El intelecto medieval percibía el mundo como una manifestación de
señales. Pero, por sí mismo, el intelecto no podía descubrir una conexión
inherente entre signos heteróclitos. En cambio, desde el punto de vista de un
intelecto basado en la fe, todas las señales indicaban el Gran Designio de Dios
y derivaban en consecuencia su significado. Por tanto, la anagogía era aquel
conjunto de reglas epistémicas que ordenaban el conocimiento intelectual del
devenir en función de una fe en el ser absoluto de Dios., Conociendo lo
inmanente desde el punto de vista de lo trascendente, el intelecto medieval se
deleitaba en el juego de señales como figura, metáfora, anagogía, símbolo y
visión.
El orden epistémico del Renacimiento, como lo analizó
Foucault, estaba fundado en las reglas de similitud o semejanza. En lugar de la
subordinación anagógica medieval del devenir inmanente al ser trascendente, que
no enfocaba el mundo como un todo autocontenido, la similitud renacentista
propuso un mundo de orden convergente y centrípeta. El orden del macrocosmos se
asemejaba al del microcosmos; el del universo correspondía al del ser humano.
Las cuatro figuras de semejanza principalmente empleadas en el Renacimiento eran
convenientia (una semejanza basada en una escala graduada proximidad espacial);
aemulatio(una especie de convenientia sin limitación espacial y por ello capaz
de conectarse desde ciertas distancias sin movimiento real); analogía
(reforzada ahora por la convenientia y la aemulatio, de modo que era posible
unir todo el universo con el microcosmos humano en el centro); y simpatía (que
excitaba las cosas al movimiento y unía hasta las más distantes). Así
caracterizó Foucault el orden epistémico del Renacimiento: "Buscar un
significado es sacar a luz una semejanza. Buscar la ley que gobierna los signos
es descubrir cosas que son similares... La naturaleza de las cosas, su
coexistencia, la forma en que están unidas y se comunican no es otra cosa que
su semejanza" .
En los siglos XVII y XVIII continuó Foucault, el orden de
similitud fue desplazado por otro de representación en el espacio. “El mundo
circular de signos convergentes es remplazado por una progresión infinita”. En
lugar del cosmos centrípeto del Renacimiento la ciencia moderna abrió un
espacio empírico de extensión infinita. Y el conocimiento dentro de esta vasta
expansión espacial no fue una simi¬litud de los signos sino una representación
basada en la comparación de identidad, y diferencia así como en la medición de
las nuevas matemáticas. La nueva razón analítica de comparación y medición
destruyó el mundo jerárquico renacentista de semejanza y correspondencia.
Aspiró a conocer global y científicamente, pues era posible comparar y medir
con certidumbre todos los fenómenos. Sin embargo aún no era un mundo en que la
experiencia del tiempo fuese una conciencia sui generis. Los siglos XVII y
XVIII (al menos hasta la revolución industrial del último tercio del siglo
XVIII) concibieron el tiempo como, simplemente, otra dimensión, idéntica al
espacio. Por ello el orden epistémico de representación en el espacio fue,
fundamentalmente, no temporal y clasificatorio, es decir, una taxonomía
estática. Pero, ¿qué decir del ego, así como del conocimiento de los otros en
el pasado? Éstas fueron las dos anomalías del espacio taxonómico de la
representación.
El orden epistémico de la sociedad burguesa, desde el último
tercio del siglo XVIII hasta el primer decenio del siglo XX, se fundó en las
reglas del desarrollo en el tiempo. El tiempo, ya no comparable al espacio
desde las revoluciones económicas y políticas de finales del siglo XVIII fue
experimentado como una dimensión nueva, cualitativamente distinta. Lo que la
razón espacial no podía abarcar dentro de una expansión, sí podía incorporarlo
el tiempo, esa dimensión hasta entonces no realizada. La lógica de identidad y
diferencia fue subrayada por otra de analogía y sucesión. El desarrollo en el
tiempo habría de colmar las lagunas recién descubiertas entre los diversos y
dispares órdenes taxonómicos de representación en el espacio. Con el tiempo un
orden en el espacio podría conectarse con otro orden en otro espacio. Y sin
embargo el desarrollo era una nueva conexión que planteaba la dinámica (en
oposición a la estática), la transformación (en oposición al cambio específico
no relacionado), la estructura (en oposición a la taxonomía) y la totalidad
(como un todo espacio temporal). Todas y cada una de las cosas en la sociedad
burguesa habían de ser comprendidas y explicadas como un orden de desarrollo en
el tiempo. Y ese desarrollo era necesariamente dinámico, transformativo,
estructural y complejo. El nuevo orden espacio temporal definía, además de
validar, los nuevos conocimientos de historia, sociedad, lenguaje, filosofía y
hasta la psique humana.
Sin embargo, en el siglo XX, la sobreposición de la cultura
electrónica a la cultura tipográfica, con la consiguiente extrapolación de
vista y sonido, ha socavado la creencia en que la razón analítica podía
desarrollar conexiones dentro del espacio y el tiempo objetivos. En cambio,
espacio y tiempo ya no son el marco absoluto de la percepción, sino que ellos
mismos se han convertido en simples funciones dentro de un sistema. En lugar
del desarrollo en el tiempo, el nuevo orden epistémico se funda en el sistema
sincrónico de oposiciones binarias y de diferencias sin identidad. El nuevo
orden, ya no espacial ni temporal sino sistemático y sincrónico, ha prescindido
del problema de la relación entre un concepto (el significado) y el objeto
intentado, así como de la explicación del cambio a través del tiempo. El
conocimiento se reduce así al sistema sincrónico de la langue (en oposición al
habla), que está compuesto de unidades que sólo poseen valores diferenciales en
su relación mutua. Como lo indicó Saussure en suCurso de lingüística general
(1915), el signo se compone del significado y el significante, y la relación
entre ambos es puramente arbitraria. Tal fue la fundación epistémica del
estructuralismo y la semiología, nuevas disciplinas que han revelado el vacío y
la determinación que rodeaban al antiguo orden del desarrollo en el tiempo. Y
sin embargo, el nuevo orden sincrónico de oposiciones binarias y de diferencias
sin identidad es, en sí mismo, una positividad constreñida.
EL CAMPO DE LA
PERCEPCIÓN
El sujeto, desde una ubicación encarnada aquí y ahora,
enfoca el mundo como campo horizontal. Y aspectos de tal mundo se abren, como
si estuviesen allí y entonces. La dimensión espacial entre aquí y allí, la
dimensión temporal entre ahora y entonces son las coordenadas perceptuales que
definen el marco de vida para el sujeto. Es un campo horizontal, porque el
sujeto lo enfoca perspectivamente, desde lo íntimo y familiar hasta lo distante
y tipificado, con la intención de vivir.
Este campo horizontal está constituido por el perceptor, el
acto de percibir, y el contenido de lo percibido. En cada periodo la cultura de
los medios de comunicación forja el acto de percibir; el sujeto queda
delimitado por una diferente organización jerárquica de los sentidos, y el
contenido de lo percibido lo ofrece un conjunto distinto de reglas epistémicas.
Por consiguiente, el campo perceptual constituido por ellos es una formación
histórica, que difiere de un periodo al siguiente.
El campo de la percepción en la Edad Media estaba
constituido por una cultura oral quirográfica, una jerarquía de los sentidos
que daba preferencia al oído y al tacto, y al orden epistémico de la analogía.
Perceptualmente, el mundo medieval no era centrado en sí mismo sino ilimitado. Y la vida
transcurría bajo la égida de las fuerzas ilimitadas del más allá. De aquí
la interpenetración de la trascendencia
y la inmanencia, la heterogeneidad del espacio y del tiempo. La realidad dentro
de tal campo era más intensa y fluida, menos exacta y discriminadora que la
nuestra. Por ejemplo, Emmanuel Le Roy Ladurie, en su estudio de la vida de una
aldea en Montaillou a finales de la Edad Media , mostró que, más allá de la
experiencia específica y personal, los conceptos de espacio y tiempo eran muy
vagos e inexactos entre sus habitantes . En tanto que D.W. Robertson (jr.), ha
indicado que los hombres medievales pensaban, unos de otros... no como
personalidades con profundos afanes y tensiones internas, sino como personajes
morales cuyas virtudes y vicios eran evidentes en su habla y sus acciones .
El campo perceptual del Renacimiento fue reconstituido por
una cultura de medios de comunicación en transición, de la quirografía a la
tipografia, aunque con la persistencia de una oralidad subyacente al nivel
popular; por un cambio gradual en la jerarquía de los sentidos, de la
preferencia por el oído y el tacto a la supremacía de la vista; así como por el
orden epistémico de la similitud. En contraste con el cristianismo medieval, el
cosmos renacentista fue mucho más centrípeto y preocupado por lo inmanente.
Surgió un mundo autocontenido de presagios y señales que debían ser
interpretados por el orden de similitud y correspondencia que une la divinidad
con la naturaleza, la esfera y el centro, el universo y el espíritu, los
cuerpos celestes y el rostro humano. La perspectiva pictórica, desde
Brunelleschi y Alberti, con su hincapié en la distancia dinámica entre el
contemplador y lo contemplado , así como la historiografia humanista, desde
Leonardo Bruni, con su sentido de la distancia dinámica entre el historia¬dor y
el hecho histórico , atestiguaron la nueva reflexividad de espacio y el tiempo
en este campo perceptual. Todos los elementos del cosmos formaban un todo
coherente; cada uno podía ser el punto de partida que condujera al todo; pero
el microcosmos humano era el eslabón crucial, que abarcaba el macrocosmos desde
dentro. Sin embargo, ya en el siglo XVI, con el creciente cambio hacia la
tipografía y la visualidad, el ser humano se volvió más altivo y consciente en
el mundo, interesado en la “propiedad corpórea externa”: cómo el hombre debía
presentarse y ser visto por los demás.
En la sociedad estamental de los siglos XVII y XVIII (es
decir, hasta la revolución industrial en la Gran Bretaña y la
revolución francesa de 1789), un nuevo campo perceptual, constituido por la
cultura tipográfica, la supremacía de la vista y el orden de la representación
en el espacio vino a sobreponerse a los anteriores. El mundo, que dejó de ser
un cosmos concéntrico, se convirtió en extensión espacial; y la naturaleza ya
no fue animada, convirtiéndose en cambio en una máquina cuyo funcionamiento
regular podía ser descubierto por la nueva razón. Como tan bien lo definió
Alexandre Koyré, con la destrucción del cosmos y la geometrización del espacio
el mundo cerrado de Hermes Trismegisto fue desplazado por el universo infinito
de Galileo y de Newton. Conocer ya no fue una intimación del mundo basada en la
similitud, sino un sistema autocontenido y universal de signos, cuya función
era representar formas, magnitudes, cantidades y relaciones de objetos en un
espacio homogéneo y destemporalizado descubierto por las ciencias mecánicas. La
representación en el espacio era un sistema de un solo nivel, de identidades y
diferencias, que no podía abarcar la conexión reflexiva entre el ser y el
mundo. ¡Y la perspectiva subyacente en este orden subjetivo era arquimédica, es
decir, una perspectiva que afirmaba no tener perspectiva! Desde un punto de
vista cero, hipotéticamente fuera del tiempo y del espacio, la perspectiva
arquimédica podía convertir entonces las conexiones del mundo en cantidades y
extensiones . El campo perceptual así constituido era fundamentalmente no
reflexivo, visual y cuantitativo.
El campo de la percepción en la sociedad burguesa, desde el
último tercio del siglo XVIII hasta el primer decenio del siglo XX, estuvo
constituido por una cultura tipográfica que fue complementada por la revolución
fotográfica y, debido a ello, por una visualidad extendida, así como por el
orden epistémico del desarrollo en el tiempo. El campo de la percepción que ya no era una extensión espacial ,
abierto por la dinámica de la sociedad burguesa, tenía nuevas profundidades que
sólo la temporalidad podía conectar. Por ello el conocimiento taxonómico del
periodo anterior fue desplazado por un conocimiento distinto del proceso
dinámico. «Desarrollo» fue una palabra nueva, indicadora de una nueva
conciencia del tiempo como proceso. Por ejemplo, Foucault mostró que las nuevas
"filología, biología y economía política se establecieron no en los
lugares antes ocupados por la gramática general, la historia natural y el
análisis de la riqueza, sino en un área en que aquellas formas de conocimiento
no existían . Y dentro del campo dinámico el sujeto empezó a captar una nueva
profundidad, una nueva reflexividad. La "personalidad», a comienzos de
este periodo, adquirió su significado moderno, es decir, una persona individual
. Y al término de este periodo Freud propuso el subconsciente como causalidad
de esta nueva personalidad.
Por último, el naciente campo perceptual de nuestro siglo,
me aventuraré a decir, está constituido por la cultura electrónica, la
extrapolación de vista y sonido, y la sistematización sincrónica de oposiciones
binarias y de diferencias sin identidad. En contraste con la realidad objetiva
de la sociedad burguesa que fue definida desde una sola perspectiva, la
surrealidad dentro del nuevo campo perceptual es multiperspectiva y ambiental.
La desorientación ocurre cuando tratamos de juzgar lo nuevo por el estándar
objetivo y uniperspectivo de lo antiguo. Es mi argumento que la revolución
perceptual de 1905-1915 destruyó el marco del espacio y el tiempo objetivos.
Dentro del nuevo campo el ideal de una personalidad individual así como la
causalidad freudiana del subconsciente ya no es viable, pues la persona
contemporánea tiene mucho menos de personalidad integrada, mucho menos de
interior. Aunque sólo fuera por ello, el futuro es distinto del pasado, y hasta
del pasado inmediato. Tampoco se le puede proyectar dentro de una serie de
tiempo.
ESQUEMA DE LA
PERCEPCION
MEDIOS DE JERARQUIA ORDEN COMUNICACIÓN DE LOS SENTIDOS EPISTEMICO
Quirografla sobre Oído / tacto Anagogía
oralidad
El Renacimiento Del oído y el Similitud /
corres-
De la quirografía tacto a la
pondencia
a la tipografía supremacía
de la vista
Sociedad estamental
Tipografía sobre quiro- Vista sobre
Representación
grafía y oralidad oído / tacto en el
espacio
Sociedad burguesa
Tipografía complemen- Extensión de Desarrollo
en
tada por la fotografía la vista
el tiempo
Siglo XX
Electrónica sobre Extrapolación Sistema
tipografía de vista
/ sonido
sincrónico
Son necesarias dos condiciones adicionales a lo que he
estado analizando en este capítulo, con respecto a la historia de la
percepción. En primer lugar, los sucesivos campos perceptuales no sólo se desplazan
unos a otros. Antes bien, uno nuevo se sobreimpone al anterior, de modo que
dentro de un periodo encontramos sedimentación de campos perceptuales; pero el
campo dominante ejerce una hegemonía gramsciana sobre los anteriores. En
segundo lugar, el campo de percepción determina el contenido del conocimiento.
Pero ese campo es, a su vez, determinado por la sociedad como totalidad, pues
el conocimiento dentro de la totalidad es mucho más que una simple ideología o
superestructura. Es la conciencia intencional dentro de un campo perceptual.
Pero los medios de comunicación, la jerarquía de los sentidos y el orden
epistémico que constituyen tal campo están determinados por la estructura de la
totalidad. El concepto dialéctico de determinación dentro de totalidad es mucho
más complejo y realista que el concepto lineal, positivista, de causa y efecto.
Con estas dos condiciones, pasemos a la historia de la percepción burguesa.
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