BOURDIEU
Y LA EFICACIA SIMBÓLICA DEL LENGUAJE:
UNA
CRÍTICA A LA CONCEPCIÓN LINGÜÍSTICA
Oscar D.
Amaya
La palabra y su circulación modelan la
esfera
pública aún más que el espacio material
Michelle Perrot
Las teorías y las escuelas, como los
microbios y los glóbulos, se
devoran entre sí y con su lucha aseguran
la continuidad de la vida
Marcel Proust, Sodoma y Gomorra
La ciencia social tiene que vérselas con
realidades que han sido ya nombradas,
clasificadas, realidades que tienen
nombres propios y nombres comunes, títulos,
signos, siglas. Así, so pena de asumir
actos cuya lógica y necesidad ignora,
debe de tomar como objeto las operaciones
sociales de nominación
y los ritos de institución a través de los
cuales esas realidades se cumplen.
Pero más profundamente, es preciso
examinar la parte que corresponde
a las palabras en la construcción de las
cosas sociales, y la contribución que
la lucha de las clasificaciones, dimensión
de toda lucha de clases, aporta
a la constitución de clases: clases de
edad, clases sexuales o clases
sociales, pero también clanes, tribus,
etnias o naciones.
Pierre Bourdieu
Acerca de Pierre Bourdieu
Nacido en Denguin, en un hogar pobre
de una aldea de los Pirineos al sur de Francia en
1930, Pierre Bourdieu falleció a la
edad de 71 años en un hospital de París en 2002
víctima del cáncer, mientras seguía
corrigiendo los trabajos de sus colaboradores.
Estudiante de Letras, profesor en
Argel, París, Lille y Princeton, ocupó el puesto de
Profesor Titular de la cátedra de
sociología en el Colegio de Francia desde 1981 hasta el momento de su muerte y
fue director del Centro de Sociología Europea. Dirigió las
revistas Actes de la recherche en
sciences sociales, Liber (que priorizó la
representatividad política y cultural
de autores de muchas lenguas y tradiciones
interesados en repensar los colapsos
de sus naciones) y Raisons d´agir (razones para
actuar), esta última fundada con el
propósito de "destruir la frontera entre trabajo
científico y militantismo,
rehabilitando la polémica". No hay democracia efectiva sin un
contrapoder crítico, afirmaba,
convencido de la necesidad de disolver la división entre
la objetividad del investigador
científico y la convicción subjetiva del militante político.
Fue constante su análisis sobre el
mundo al que pertenecía, el campo intelectual: "los
intelectuales suelen reservar sus
conocimientos para escribir papers que leen veinte
personas. Hay que liberar la energía
crítica que está encerrada en las torres de marfil.
Muchos de los temas investigados son
producidos por las propias instituciones que
financian las investigaciones. Y el
poder no paga por estudiar el poder, sino para
mejorar los efectos de dominación. En
vez de estudiar problemas impuestos, habría que crear un campo de conocimiento
autónomo". Bourdieu sostenía que ser un intelectual crítico significaba
ser capaz de someter los propios enunciados a pruebas de legitimidad, es decir,
colocar el saber construido también como un objeto de
conocimiento. Bajo el título Los
intelectuales y el poder (1991) colocó a los pensadores
en el mismo "cajón" que a la
clase dominante, donde insistió en su idea de que los
intelectuales que se resignaban a la
ideología del neoliberalismo reforzaban la idea de
que el conocimiento y el saber
pertenecen exclusivamente a una elite. Su preocupación por lo que observó como
una pérdida del mundo intelectual frente a los medios de comunicación de masas
y ante las variadas formas que adquieres el poder económico internacional y sus
distintas implementaciones políticas locales, lo llevó a proponer la creación
de una "internacional intelectual" donde participaron activamente
numerosas personalidades de la cultura.
Entre sus muchas preocupaciones se destacó la de analizar la
desigualdad y la
distinción de clases sociales. Ya desde su trabajo de campo sobre
la urbanización en
Argelia en 1958, Bourdieu se había comprometido a revelar los
modos subyacentes de
dominación de clases en las sociedades capitalistas, tal como
aparecen en los más
diversos ámbitos sociales (la educación y el arte, entre otros).
Planteaba que "los efectos de dominación simbólica son muy difíciles de
resistir. Son fenómenos cuasi religiosos que atraviesan el inconciente, la
forma de presentar el cuerpo y la propia imagen que se tiene de sí mismo".
En la década del ´60 participó en el agitado clima intelectual de la época con
una serie de trabajos que abarcaron los temas de la cultura, el arte, la política,
la educación y el lenguaje, entre otros. Con su trabajo Los herederos,
publicado en 1964 junto con Passeron, presentó un análisis sobre el medio
estudiantil que formulaba una crítica fundamental a la enseñanza superior
francesa, convirtiéndose por ello en una de las referencias de las revueltas de
mayo de 1968.
Sus investigaciones finales, interrumpidas por su muerte,
estuvieron abocadas al
estudio de la estructura social de la economía, algo que produjo
la radicalización de sus posiciones políticas, comprometiéndose cada vez más
con las víctimas del
neoliberalismo, al que entendía como un programa de destrucción
metódica de los
colectivos. En 1998 publicó en el periódico Le Monde el manifiesto
"Por una izquierda a la izquierda de los izquierdistas", en el que
acusó al gobierno izquierdista de llevar a
cabo una política derechista. "Los movimientos sociales deben
presionar a Estados y
gobiernos y garantizar el control de los mercados financieros y la
distribución justa de
la riqueza de las naciones", advertía. El autor de "La
miseria del mundo" (una
recopilación de testimonios de obreros, profesores, periodistas,
policías, trabajadores
temporarios y jóvenes habitantes de los suburbios pobres)
preocupado por las
desigualdades crecientes, afirmaba con énfasis: "si sé que
ocurrirá una catástrofe y no
lo aviso, estoy cometiendo algo parecido al delito de no asistir a
una persona en peligro. A veces temo que la gente se despierte cuando sea
demasiado tarde".
Reflexionando sobre su propia trayectoria, en sus últimos tramos
de trabajo afirmó: "cuanto más envejezco, más me siento empujado
hacia el crimen. Transgredo líneas que antes me había prohibido
transgredir", refiriéndose a sus compromisos intelectuales. El sociólogo
francés estaba reconociendo que durante años había sido "víctima de ese moralismo
de la neutralidad, del no implicarse, de la no-intervención del científico, como
si se pudiese hablar del mundo social sin ejercer la política". Bourdieu
la ejerció en las aulas, en los libros y hablando ante los auditorios más
diversos: huelguistas, personas sin domicilio fijo, cárceles, hospitales,
campesinos. Sus ataques contra los sistemas sociales desestructuradores y la
globalización no admitieron concesión alguna: "el fatalismo de las leyes
económicas esconde en realidad una política. Pero se trata de una política
paradójica porque apunta a despolitizar: es una política que, liberándolas de todo
control, apunta a darles a las fuerzas económicas un poder fatal. Al mismo tiempo,
esa política busca obtener la sumisión de los gobiernos y de los ciudadanos a las
fuerzas económicas y sociales liberadas mediante ese método". Pesimista
pero al mismo tiempo comprometido, llevó tempranamente a cabo un modelo de
pensamiento y acción destinado a "objetivar" el desarraigo y la
soledad social a las cuales las leyes del
mercado arrojarían a millones de
individuos, como sigue sucediendo hasta hoy. "Para
cambiar el mundo -afirmó en una
conferencia en 1986- es necesario cambiar las
maneras de hacer el mundo, es decir,
la visión del mundo y las operaciones prácticas
por la cuales los grupos son
producidos y reproducidos".
Entre su profusa obra -alrededor de 25
libros publicados- pueden consultarse sus
obras disponibles en castellano,
relacionadas a la unidad III del Programa de Estudios:
La distinción (Taurus, 1988); El
oficio del sociólogo (siglo XXI, 1987); Razones
prácticas (Anagrama, 1991), La
reproducción; Capital cultural, escuela y espacio social
(siglo XXI, 1997); Los herederos. Los
estudiantes y la cultura (siglo XXI, 2003); El
sentido práctico (Taurus, 1991); Cosas
dichas (Gedisa, 1988) de la que se sugiere
especialmente su conferencia Lectura,
lectores, letrados, literatura ; Las reglas del arte
(Anagrama, 1995), Sociología y cultura
(Grijalbo, 1990) de la que se sugiere
especialmente su conferencia El
mercado linguístico ;Creencia artística y bienes
simbólicos (aurelia rivera,2003);
Intelectuales, política y poder (EUDEBA, 1999); Sobre
la televisión (Anagrama,1997) y ¿Qué
significa hablar? (Akal, 1985) cuya selección de
capítulos se incluyen en esta unidad.
Acerca de su obra
Frente a una obra tan vasta y heterogénea, resulta útil hacer
referencia a la reseña que
hiciera R. Sidicaro en ocasión de la publicación en castellano de
Los herederos, un
estudio de Bourdieu sobre el sistema escolar y las prácticas
culturales que engendran
violencia simbólica, a fin de legitimar las relaciones de
dominación y desigualdad social
existentes. En dicha reseña se dice: "en sus opciones
teóricas y epistemológicas, la
sociología de Bourdieu se fijó una meta prioritaria: explicar las
estructuras de
dominación y la distribución asimétrica de posiciones de poder
existentes en los más
variados campos de relaciones sociales. Sus recortes analíticos
suponían una definición
del mundo social que partía de una perspectiva (...) que observaba
al funcionamiento
de las relaciones sociales" no como transparentes sino como
un dispositivo que "dota a las personas de ideas y percepciones que las
convierte en receptores sumisos, por la vía de la naturalización espontánea de
las estructuras de dominación".
Pueden caracterizarse los principios teóricos de Bourdieu como
pertenecientes a un
"estructuralismo constructivista", en donde
estructuralismo debe entenderse no como
fue significado por Saussure o Levi-Strauss sino en el sentido de
sostener que en el
mundo social existen estructuras objetivas independientemente del
obrar de la
conciencia y de la voluntad de los sujetos, que sí son capaces de
coaccionar sus
prácticas y sus representaciones. En tanto que por
constructivismo, Bourdieu hace
referencia a la existencia de una génesis social tanto de una
parte de los esquemas de
percepción, de pensamiento y de acción que son constitutivos de lo
que él denomina
hábitus, (ver más abajo) como de estructuras, en particular de lo
que este autor
denomina campos (ver más abajo) en relación a las clásicamente
denominadas clases
sociales.
Este planteo constituye un intento por superar las falsas
oposiciones entre el
objetivismo (fisicalismo) y el subjetivismo (psicologismo). Es
decir, la posición extrema
de tratar a los fenómenos sociales como "cosas" dejando
de lado el hecho de que se
tratan de objetos de conocimiento, o su antítesis, la de reducir
el mundo social a las
representaciones mentales que de él se formulan los sujetos. En
palabras del autor, el
oficio del sociólogo supera este dilema al considerar "por un
lado, las estructuras
subjetivas que construye el sociólogo en el momento objetivista,
al apartar las
representaciones subjetivas de los agentes, son el fundamento de
las representaciones
subjetivas y constituyen las coacciones estructurales que pesan
sobre las interacciones, pero, por otro lado, esas representaciones también
deben ser consideradas si se quieres dar cuenta especialmente de las luchas
cotidianas, individuales o colectivas, que tienden a transformar o conservar
esas estructuras. Esto significa que los dos momentos, objetivista y
subjetivista, están en relación dialéctica".
En una de sus tesis centrales afirma que la clase dominante no
gobierna abiertamente;
no obliga a los dominados a atenerse a su poder y voluntad. Por el
contrario, en las
sociedades capitalistas las clases privilegiadas no manipulan en
forma consciente la
realidad de acuerdo con sus propios intereses. Lo que sucede
-según este sociólogo- es
que la clase dominante es la beneficiaria del poder no sólo
económico sino social y
simbólico (cultural). Este poder se encarna en los bienes
económico-culturales y
modela las instituciones y costumbres de una sociedad. Sin
embargo, para Bourdieu
este estado de cosas no es estático: "lo que el mundo social
ha hecho, el mundo social
puede transformarlo, si cuenta con un saber también social sobre
sí mismo".
El espacio social, sostiene, tiende a funcionar como un espacio
simbólico, un espacio de estilos de vida y de grupos de estatus, caracterizados
por diferentes e incluso
contrapuestos estilos de vida. En relación al poder simbólico, se
aboca al estudio de los
bienes culturales demostrando que no existen temas insignificantes
o indignos a la hora de analizarlos. Descubrió en la práctica de la fotografía,
la asistencia a los museos, la violencia simbólica en las escuelas, las
prácticas deportivas y su consumo como
espectáculo y en la moda, entre otros fenómenos, claves de la
organización del poder
que los estudios en ciencias sociales habían excluido o ignorado.
En su reflexión
estética encuentra bases para explicar la autonomía de los campos
artísticos y literarios, como así su análisis de la formación del gusto,
demostrando cuánto más se comprende el sentido cultural del escritor Marcel
Proust o del antropólogo Levi-Strauss si se los analiza junto al impacto de los
cantantes pop, los muebles de diseño, las preferencias gastronómicas, la
dominación masculina, la alta costura y la cosmética femenina.
Para este autor, los fenómenos sociales no pueden ser analizados
mediante un enfoque marxista tradicional que defina a la inserción del hombre
en los fenómenos sociales sólo como un agente que participa de la estructura
económica. Tampoco resulta apropiada, como se dijo más arriba, una visión
estructuralista de lo social, ya que esta visión concibe lo social como sistema
invariable no sujeto a la variación histórica. A partir de esta perspectiva
teórica, desarrollará una teoría de las prácticas sociales, articulada en base
a los conceptos habitus, campo y capital cultural.
De particular importancia es el concepto del habitus para la
comprensión de los
desarrollos planteados en la bibliografía de esta unidad de
contenido. El habitus es una
suerte de "gramática" de las acciones que sirve para
diferenciar una clase de otra en el
terreno social (la de los dominantes de la de los dominados). Por
ejemplo, el habitus del campo intelectual tenderá a valorar positivamente la
formación universitaria, la lectura de ciertos libros y diarios, el análisis
racional de los hechos, la música clásica; mientras que el habitus de la clase
obrera se construiría en relación a otros bienes y prácticas culturales: la
educación no formal, escasa lectura y alta exposición a medios
audiovisuales, alta valoración de la intuición, música de
bailanta, etc. En síntesis, el
habitus genera una serie de actitudes comunes a una clase, aunque
no determina
rígidamente las acciones de sus miembros. Constituye "algo
que se ha adquirido, que se ha encarnado de manera durable en el cuerpo en
forma de disposiciones permanentes".
En la modernidad tardía, las relaciones entre artistas y público,
entre escritores y
editores, o entre pintores y marchands, por ejemplo, se producen
en lo que Bourdieu
denomina campo: un espacio articulado como campo de fuerzas que no
reflejan
directamente ni el poder económico ni el político. El autor afirma
que la definición más
adecuada es la propuesta por Einstein: un espacio donde agentes
actúan y son
limitados, lo cual los hace posibles y a la vez los constriñe. Las
tomas de posición en
este espacio están regidas por la búsqueda de consagración
personal y legitimidad para las propias obras. Se trata de un espacio de puja,
de competencia entre sujetos que buscar obtener el monopolio del reconocimiento
y prestigio. Fuertemente productivo en su obra, el concepto de campo le permite
elaborar una teoría de las fuerzas sociales y su manera de actuar, así como su
génesis y consolidación.
En lo que respecta a la noción de capital cultural, Bourdieu
sostiene que la dominación
no sólo se ejerce en el terreno económico sino también a través
del acceso/exclusión al consumo de los bienes simbólicos (culturales)
disponibles en una sociedad en un
momento dado. Como ejemplo de este concepto, puede pensarse en el
Teatro Colón de Buenos Aires: sólo pueden acceder a sus producciones aquellas
personas que paguen un abono anual cercano a los mil pesos, costo excluyente
para las capas medias y bajas de la población. Incluso disponiendo del dinero,
la venta de abonos se rige por un sistema que privilegia a quien ya tuvo abonos
en el pasado, dificultando el ingreso de nuevos públicos. El capital simbólico
constituye la dimensión simbólica de los capitales económico, social y cultural,
posible de ser percibido en términos de prestigio.
Un ejemplo del análisis de Bourdieu:
1) "¿Qué significa hablar?"
En este libro se caracteriza a la
lengua como instrumento de acción y poder,
explicitando la falacia de
considerarla como constituida por palabras neutras u
objetivas. El lenguaje no es
"inocente" en la medida en que produce el reconocimiento
de las autoridades legítimas al
favorecer el desconocimiento de la arbitrariedad en que
se sustentan. Según este autor, los
dominados no podrán constituirse como grupo para movilizarse y movilizar las
energías que potencialmente poseen, si no son capaces de poner en cuestión las
categorías de percepción del orden social existente. El lenguaje es, en este
sentido, expansión del orden que pretende la sumisión frente a las
desigualdades sociales existentes.
Como la mirada de Bourdieu sobre la
cultura se constituye como una teoría del poder
simbólico, los símbolos son
caracterizados como instrumentos de conocimiento y
comunicación que hacen posible el
consenso sobre el sentido del mundo, promoviendo la integración social. Por
consiguiente, plantea que no hay relaciones de comunicación o conocimiento que
no sean inseparablemente, relaciones de poder. "El poder simbólico es un
poder de hacer cosas con palabras", afirma. En el tópico específico del lenguaje,
se propone analizarlo como un conjunto de modos de distribución y producción
simbólica de lugares sociales. El lenguaje es pensado por este autor como una
de las formas en que se constituye el saber, a través del vínculo entre lo
material y lo simbólico, tanto en prácticas como en discursos. Es por ello que
lo concibe como instrumento de acción y de poder más que un objeto del
intelecto.
En tanto que a la comunicación, la caracteriza no como un espacio
de libre intercambio, sino con condiciones de instauración por parte de los
hablantes que detentan un determinado poder en situaciones específicas de
intercambio simbólico, es decir, relaciones de fuerza simbólica. Los productores
y los productos lingüísticos no son iguales, afirma, sino que están
determinados por la existencia de privilegios de ciertos hablantes con respecto
a otros: la posición que detenten en la estructura social. Las situaciones
lingüísticas producen efectos de dominación, es decir, relaciones e
interacciones entre los hablantes conformes a las leyes objetivas
del mercado
lingüístico.
La estructura del campo lingüístico debe pensarse como un conjunto
de transacciones,
que constituyen una expresión particular de la estructura de
relación de fuerzas entre
los grupos que poseen diferentes competencias, que en situación de
pugna se tornan
una forma de capital simbólico. En palabras de Bourdieu: "una
lengua vale lo que valen
los que la hablan". Es por ello que se aparta de la
lingüística estructural y la de corte
chomskyano, ya que a su entender excluyen toda investigación que
relacione la lengua
con la etnología, la historia política de los hablantes e incluso
la geografía del ámbito en que la lengua se habla, dimensiones consideradas
centrales para Bourdieu. En efecto,
son las condiciones sociales de producción, reproducción y de
utilización de los
enunciados de la lengua el objeto de estudio para él.
El lenguaje entonces, es abordado para
su análisis como una praxis, que se realiza a
través del habla, que despliega
estrategias discursivas que se refieren al dominio de sus condiciones de
utilización, que permiten producir discursos adecuados a situaciones sociales
determinadas. Para este sociólogo, el signo sólo tiene existencia dentro del modo
de producción lingüístico concreto. Las transacciones lingüísticas particulares
dependen de la estructura del campo lingüístico, expresión de cómo se
estructuran las relaciones de fuerza entre los grupos que poseen diversos
capitales de autoridad, que no pueden ser reducidos a las meras competencias
lingüísticas.
"Una ciencia del discurso -afirma
Bourdieu- debe establecer las leyes que determinan
quién puede (de hecho y de derecho) hablar,
a quién y cómo, es decir, determinar las
condiciones de instauración de la
comunicación". También "debe determinar el
contexto social en el cual la
comunicación se instaura, y en particular, la estructura del
grupo en el cual se lleva a cabo. Debe
tener en cuenta no sólo las relaciones de fuerza
simbólica que se establecen en el
grupo, sino las leyes mismas de producción del grupo
que hacen que algunas categorías estén
ausentes. Estas condiciones ocultas son
determinantes para comprender lo que
puede decirse y lo que no puede decirse en un
grupo".
Este contexto social es denominado por
Bourdieu mercado lingüístico, es decir, una
"situación social determinada más
o menos oficial y ritualizada" donde un hablante
"produce un discurso dirigido a
receptores capaces de evaluarlo, apreciarlo y darle un
precio". Así, este mercado posee
"leyes de determinación de los precios que hacen que todos los productores
de productos lingüísticos, de hablas, no sean iguales". Las
relaciones de fuerza que lo dominan
(que trascienden la situación y son irreductibles a
las relaciones de interacción)
"provocan que ciertos productores y productos tengan un privilegio de
entrada".
Es por ello que este autor sostiene
que una ciencia del lenguaje debe tener como objeto de estudio "el
análisis de las condiciones de producción de un discurso no sólo
gramatical, no sólo adaptado a la
situación, sino también y sobre todo aceptable,
recibible, creíble, eficaz o
simplemente escuchado, en un estado dado de las relaciones
de producción y circulación" de
los discursos.
En la siguiente tabla, se presenta
esta operatoria de sustitución de conceptos, que
implica el pasaje de una concepción
lingüística a otra sociológica, respecto del lenguaje:
concepción
lingüística
teoría del poder simbólico
. lengua
.................................................................................lengua
legítima
. locutor.................................................................................locutor
legítimo
. comunicación
...........................................................relaciones de fuerza
simbólica
. interacción simbólica
............................................transacción de bienes simbólicos
. sentido de los enunciados
...........................................valor y poder del discurso
. competencia lingüística
........................................................capital simbólico
. situación o
contexto.......................................................... mercado
lingüístico
. gramaticalidad
....................................................................aceptabilidad
Bourdieu considera que la concepción lingüística abstrae las
condiciones de utilización
del lenguaje autonomizando la capacidad de producción lingüística
de los hablantes,
como si éstos poseyeran autonomía. Una teoría del poder simbólico,
en tanto,
caracteriza como condición de enunciación la posición del hablante
en la estructura
social. Es decir, el acto de hablar se estructura en condiciones
sociales de constitución,
funcionamiento y utilización de los enunciados, posee una lógica
específica y no puede
reducirse a un mero acto de ejecución, tal como fue planteado en
los modelos
saussureano y chomskyano.
Un ejemplo del análisis de Bourdieu: 2) los
conceptos de campo y hábitus
ALGUNAS PROPIEDADES DE LOS CAMPOS
-Un campo se define, entre otras cosas, definiendo aquello que
está en juego.
-Un campo es un microcosmos dentro del macrocosmos que constituye
el espacio social (nacional) global.
-Cada campo posee reglas del juego y apuestas específicos,
irreductibles a las reglas del juego y apuestas de otros campos (lo que
hace "ir y venir" a un matemático -y la manera en la
que "va y viene"- no tiene nada que ver con lo que hace "ir
y venir" -y la manera en la que "va y viene"- a un
empresario industrial o a un gran diseñador de moda).
- Un campo es un "sistema" o un "espacio"
estructurado de posiciones.
-Dicho espacio es un espacio de luchas entre los diferentes
agentes que ocupan las diversas posiciones.
- Las luchas tienen como apuesta la apropiación de un capital
específico del campo (el
monopolio del capital específico legítimo) y/o la redefinición de
ese capital.
- El capital es distribuido de manera desigual al interior
del campo; existen, entonces,
dominantes y dominados.
- La distribución desigual del capital determina la
estructura del campo, que está definida así por el estado de una
correlación de fuerzas histórica entre las fuerzas (agentes, instituciones)
presentes dentro del campo.
- Las estrategias de los agentes se comprenden si se las
relaciona con sus posiciones en el campo.
- Entre las estrategias invariables, se puede señalar la
oposición entre las estrategias de conservación y las estrategias de subversión
(del estado de la relación de fuerzas existente).
Las primeras son, con mayor frecuencia, las de los dominantes, y
las segundas, las de los dominados (y, entre ellos, más específicamente,
los "recién llegados"). Esta oposición puede tomar la forma de
un conflicto entre "antiguos" y "modernos",
"ortodoxos" y "heterodoxos".
- En lucha unos contra otros, a los agentes de un campo les
conviene que por lo menos el campo exista y, entonces, mantienen una
"complicidad objetiva" que va más allá de las luchas que los
enfrentan.
- Los intereses sociales son siempre, pues, específicos de
cada campo y no se reducen al interés de tipo económico.
- A cada campo le corresponde un habitus (sistema de
disposiciones incorporadas) propio del campo (e. g. el habitus filológico
o el habitus pugilístico). Solamente aquéllos que incorporaron el habitus
propio al campo, están en situación de jugar el juego y de creer en (la
importancia de) ese juego.
- Cada agente del campo está caracterizado por su trayectoria
social, su habitus y su posición en el campo.
- Un campo posee una autonomía relativa: las luchas que ahí
se desarrollan tienen una lógica interna, pero el resultado de luchas
(económicas, sociales, políticas...) externas al campo tiene un peso muy
fuerte sobre el resultado de las relaciones de fuerzas internas.
HABITUS
- Sistema de disposiciones durables y transferibles que
integra todas las experiencias
primarias y que funciona en cada momento como matriz estructurante
de las percepciones, apreciaciones y acciones.
- Es la interiorización de la estructura social, del campo
concreto de relaciones sociales dentro del cual el agente se ha conformado
como tal.
- Será a partir del habitus incorporado que los sujetos
producirán sus prácticas, es un sistema que genera acción, que trasforma
las posibilidades inscritas en los seres en capacidad concreta de realizar
actos.
- No obstante, el habitus no corresponde a ninguna regla
definida. Las acciones que produce tienen regularidad, pero esa
regularidad no es el producto de la obediencia de ciertas reglas. Puede estar
objetivamente adaptado a un fin sin suponer por ello la búsqueda conciente
de ese fin o la utilización intencionada de estrategias para lograrlo. En
este sentido, representa la orquestación de la acción, más no la
conducción en el sentido estricto.
- El habitus funciona como la aguja de una brújula, porque
aunque podría moverse
libremente en cualquier dirección la orientación que marca está en
últimas determinada por el campo en el cual se sitúa (como si se tratase
de un campo magnético).
- Al incorporarse como esquema de percepciones el habitus
divide el mundo en categorías, distingue lo bello de lo feo, lo adecuado
de lo inadecuado, lo que vale la pena de lo que no. Por ello opera como
selección sistemática de informaciones nuevas: rechazando aquellas que
cuestionen sus principios o reinterpretándolas a través de sus esquemas de
apreciación.
- De esta manera, ni los sujetos son libres en sus elecciones
?el habitus es el principio no elegido de todas las elecciones?, ni están
simplemente determinados ?el habitus es una disposición que se puede reactivar
en conjuntos de relaciones distintos y dar lugar a un ámbito de prácticas
distintas.
- El habitus se aprende fundamentalmente mediante el cuerpo,
no pasa por la conciencia y por ello no es algo que se posea como un saber
que se domina. El habitus es lo que se es. Se inscribe en los detalles más
insignificantes del porte, de la postura o de los modales, de
las prácticas corporales y verbales.
- Como disposición adquirida el habitus es un conocimiento
que puede, en determinados
casos, funcionar como un capital simbólico. Este capital,
representado en aptitudes, gustos, maneras o expresiones tanto verbales
como corporales solo cobra verdadera importancia dentro ciertos campos en donde
los agentes estén dotados de las categorías de percepción necesarias para
otorgarles valor efectivo. Es decir, que no es un capital que exista por si
solo, sino que es un valor que se basa en el reconocimiento por parte de
los demás de un poder asociado a ese habitus.
- Para que ese reconocimiento se produzca tiene que existir
un consenso social dentro del campo que otorgue la legitimidad necesaria a
esas prácticas. Por ello, si los agentes sociales juegan los diversos
juegos de acumulación de capital simbólico no es porque estén determinados
por un interés, ni porque hayan decidido hacerlo de manera reflexiva
y racional, sino porque han incorporado este interés mediante la inmersión
en un universo de prácticas (campo) que define lo que está en juego,
porque han incorporado en su habitus unos esquemas particulares.
A manera de cierre de este artículo, puede decirse que la crítica
bourdieana a la concepción lingüística de los discursos, emprende una
sustitución de conceptos clásicos de las teorías comunicológicas,
colocando desde su perspectiva de una sociología del lenguaje,
aquellos que desde una pretensión de construir una ciencia de los
discursos de corte "estructuralista-constructivista", permita
comprender al lenguaje no únicamente como un instrumento del intelecto,
sino como una herramienta de acción y de poder, en donde los sujetos, en
tanto agentes sociales, se encuentran situados históricamente y
socialmente determinados. Es decir, una oposición a la versión lingüística
standard que sostiene que la lengua está hecha para comunicar, ser comprendida
y descifrada, concibiendo así al universo social únicamente como un
sistema de intercambios simbólicos y a la acción social sólo como un acto
de comunicación.
Bibliografía
Bernard Lahire ,"Campo, fuera de campo, contracampo"
Colección Pedagógica
Universitaria 37-38, enero-junio/julio-diciembre 2002
Bourdieu, P. Sociología y Cultura, Grijabo 1990, p. 135- 141
Bourdieu, P. Las reglas del Arte, Anagrama, Barcelona, 1996
Bourdieu,P . Razones prácticas, Anagrama, Barcelona, 1994
Bourdieu, Pierre: ¿Qué significa hablar? La economía de los
intercambios lingüísticos, Akal Universitaria, Madrid, 1985
Loesberg. J. "Bourdieu and the sociology of aesthetics", en:
ELH 60 (1993), pp.1033-1056
Martín Criado, Enrique. Los habitus, Diccionario sociológico,
Universidad Complutense de
Madrid
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