¿QUÉ QUIERE DECIR PENSAR?
Martin Heidegger
Traducción de
Eustaquio Barjau en HEIDEGGER, M., Conferencias y artículos,
Ediciones del
Serbal, Barcelona, 1994.
Llegaremos a aquello que quiere decir pensar si nosotros,
por nuestra parte, pensamos. Para que este intento tenga éxito tenemos que
estar preparados para aprender el pensar.
Así que nos ponemos a aprender, ya estamos admitiendo que
aún no somos capaces de pensar.
Pero el hombre pasa por ser aquel ser que puede pensar. Y
pasa por esto a justo título. Porque el hombre es el ser viviente racional.
Pero la razón, la ratio, se despliega en el pensar. Como ser viviente racional,
el hombre tiene que poder pensar cuando quiera. Pero tal vez el hombre quiere
pensar y no puede. En última instancia, con este querer pensar el hombre quiere
demasiado y por ello puede demasiado poco.
El hombre puede pensar en tanto en cuanto tiene la
posibilidad de ello. Ahora bien, esta posibilidad aún no nos garantiza que
seamos capaces de tal cosa. Porque ser capaz de algo significa: admitir algo
cabe nosotros según su esencia y estar cobijando de un modo insistente esta
admisión. Pero nosotros únicamente somos capaces (vermögen) de aquello que nos
gusta (mögen), de aquello a lo que estamos afectos en tanto que lo dejamos
venir. En realidad nos gusta sólo aquello que de antemano, desde sí mismo, nos
desea, y nos desea a nosotros en nuestra esencia en tanto que se inclina a
ésta. Por esta inclinación, nuestra esencia está interpelada. La inclinación es
exhortación. La exhortación nos interpela dirigiéndose a nuestra esencia, nos
llama a salir a nuestra esencia y de este modo nos tiene (aguanta) en ésta.
Tener (aguantar) significa propiamente cobijar. Pero lo que nos tiene en la
esencia, nos tiene sólo mientras nosotros, desde nosotros, mantenemos
(guardamos) por nuestra parte lo que nos tiene. Lo mantenemos si no lo dejamos
salir de la memoria. La memoria es la coligación del pensar. ¿En vistas a qué?
A aquello que nos tiene en la esencia en tanto que, al mismo tiempo, cabe
nosotros, es tomado en consideración. ¿Hasta qué punto lo que nos tiene debe
ser tomado en consideración? En la medida en que desde el origen es
lo-que-hay-que-tomar-en-consideración. Si es tomado en consideración, entonces
se le dispensa conmemoración. Salimos a su encuentro llevándole la
conmemoración, porque, como exhortación de nuestra esencia, nos gusta.
Sólo si nos gusta aquello que, en sí mismo,
es-lo-que-hay-que-tomar-en-consideración, sólo así somos capaces de pensar.
Para poder llegar a este pensar, tenemos, por nuestra parte,
que aprender el pensar. ¿Qué es aprender? El hombre aprende en la medida en que
su hacer y dejar de hacer los hace corresponder con aquello que, en cada
momento, le es exhortado en lo esencial. A pensar aprendemos cuando atendemos a
aquello que da que pensar.
Nuestra lengua, a lo que pertenece a la esencia del amigo y
proviene de ella lo llama lo amistoso. Conforme a esto, ahora a lo que hay-que-considerar
lo llamaremos lo que es de consideración. Todo lo que es de consideración da
que pensar. Pero esta donación únicamente se da en la medida en que lo que es
de consideración es ya desde sí mismo lo-que-hay-que-considerar. Por esto
ahora, y en lo sucesivo, a lo que siempre da que pensar, porque dio que pensar
antes, a lo que antes que nada da que pensar y por ello va a seguir siempre
dando que pensar lo llamaremos lo preocupante.
¿Qué es lo que es lo preocupante? ¿En qué se manifiesta en
nuestro tiempo, un tiempo que da que pensar?
Lo preocupante se muestra en que todavía no pensamos.
Todavía no, a pesar de que el estado del mundo da que pensar cada vez más. Pero
este proceso parece exigir más bien que el hombre actúe, en lugar de estar
hablando en conferencias y congresos y de estar moviéndose en el mero imaginar
lo que debería ser y el modo como debería ser hecho. En consecuencia falta
acción y no falta en absoluto pensamiento.
Y sin embargo… es posible que hasta nuestros días, y desde
hace siglos, el hombre haya estado actuando demasiado y pensando demasiado
poco.
Pero cómo puede hoy sostener alguien que todavía no pensamos
si por todas partes está vivo el interés por la Filosofía, y es cada vez más
activo, de tal modo que todo el mundo quiere saber qué pasa con la Filosofía.
Los filósofos son los pensadores. Se llaman así porque el
pensar tiene lugar de un modo preferente en la Filosofía. Nadie negará que en
nuestros días hay un interés por la Filosofía. Sin embargo, ¿existe hoy todavía
algo por lo que el hombre no se interese, no se interese, queremos decir, del
modo como el hombre de hoy entiende la palabra «interesarse»?
Inter-esse significa: estar en medio de y entre las cosas,
estar en medio de una cosa y permanecer cabe ella. Ahora bien, para el interés
de hoy vale sólo lo interesante. Esto es aquello que permite estar ya
indiferente en el momento siguiente y pasar a estar liberado por otra cosa que
le concierne a uno tan poco como lo anterior. Hoy en día pensamos a menudo que
estamos haciendo un honor especial a algo cuando decimos que es interesante. En
realidad, con este juicio se ha degradado lo interesante al nivel de lo
indiferente para, acto seguido, arrumbarlo a lo aburrido.
El hecho de que mostremos interés por la Filosofía en modo alguno
testifica ya una disponibilidad para el pensar. Incluso el hecho de que a lo
largo de años tengamos un trato insistente con tratados y obras de los grandes
pensadores no proporciona garantía alguna de que pensemos, ni siquiera de que
estemos dispuestos a aprender el pensar. El hecho de que nos ocupemos de la
Filosofía puede incluso engañarnos con la pertinaz apariencia de que estamos
pensando, porque, ¿no es cierto?, «estamos filosofando».
De todos modos, parece una presunción afirmar que todavía no
pensamos. Ahora bien, la afirmación no dice esto. Dice: lo preocupante de
nuestro tiempo -un tiempo que da que pensar- se muestra en que todavía no
pensamos. En esta afirmación se señala el hecho de que se está mostrando lo
preocupante. La afirmación en modo alguno se atreve a emitir el juicio
despectivo de que por doquiera no reina más que la ausencia de pensamiento. La
afirmación de que todavía no pensamos tampoco quiere marcar con hierro candente
una omisión. Lo preocupante es lo que da que pensar. Desde sí mismo nos
interpela en vistas a que nos dirijamos a él, y además a que lo hagamos
pensando. Lo que da que pensar no es en modo alguno algo que empecemos
estableciendo nosotros. Nunca descansa sólo en el hecho de que nosotros lo
representemos. Lo que da que pensar da, nos da que pensar. Da lo que tiene cabe
sí. Tiene lo que él mismo es. Lo que desde sí da más que pensar, lo
preocupante, tiene que mostrarse en el hecho de que nosotros aún no pensamos.
¿Qué dice esto ahora? Dice: todavía no hemos llegado propiamente a la región de
aquello que, desde sí mismo, antes que todo lo demás y para todo lo demás,
quisiera ser considerado. ¿Por qué no hemos llegado aún hasta aquí? ¿Tal vez
porque nosotros, los humanos, todavía no nos dirigimos de un modo suficiente a
aquello que ha sido y sigue siendo lo que-da-que-pensar? En este caso, el hecho
de que todavía no pensemos, sería sólo un descuido, una negligencia por parte
del ser humano. Entonces a esta falta se le debería poder poner remedio de un
modo humano, por medio de unas medidas adecuadas que se aplicaran al ser
humano.
Sin embargo, el hecho de que todavía no pensemos, en modo
alguno se debe solamente a que el ser humano aún no se dirige de un modo
suficiente a aquello que, desde sí mismo, quisiera que se lo tomara en
consideración. El hecho de que todavía no pensemos proviene más bien de que
esto que está por pensar le da la espalda al hombre, incluso más, que hace ya
tiempo que le está dando la espalda.
Inmediatamente vamos a querer saber cuándo y de qué modo ocurrió
este dar la espalda al que nos hemos referido aquí. Antes preguntaremos, y de
un modo aún más ansioso, cómo podremos saber algo de un acontecimiento como
éste. Las preguntas de este tipo se agolpan cuando, en relación a lo
preocupante, llegamos a afirmar incluso esto:
Lo que propiamente nos da que pensar no le ha dado la
espalda al hombre en un momento u otro de un tiempo datable históricamente,
sino que lo que está por-pensar se mantiene desde siempre en este dar la
espalda. Ahora bien, dar la espalda es algo que sólo acaece de un modo propio
allí donde ya ha ocurrido un dirigirse a. Si lo preocupante se mantiene en un
dar la espalda, entonces esto acontece ya en, y sólo dentro de, su dirigirse a;
es decir, acontece de un modo tal que esto ya ha dado que pensar. Lo que está
por-pensar, por mucho que le dé la espalda al hombre, ya se ha exhortado a la
esencia del hombre. Por esto el hombre de nuestra historia acontecida ha
pensado ya siempre de un modo esencial. Ha pensado incluso lo más profundo. A este
pensar le está confiado lo que está por-pensar, si bien de una manera extraña.
Porque hasta ahora el pensar no considera en absoluto este hecho: lo que está
por-pensar, a pesar de todo, se retira; ni considera tampoco en qué medida se
retira.
Pero ¿de qué estamos hablando? Lo que hemos dicho, ¿no es
únicamente una sarta de afirmaciones vacías? ¿Dónde están las pruebas? Lo que
hemos traído a colación, ¿tiene que ver todavía lo más mínimo con la ciencia?
Será bueno que, durante todo el tiempo que podamos, nos mantengamos en esta
actitud defensiva en relación con lo dicho. Porque sólo así mantendremos la
distancia necesaria para un posible impulso desde el cual tal vez uno u otro
logrará el salto que le lleve a pensar lo preocupante.
Porque es verdad: lo dicho hasta ahora, y toda la
dilucidación que sigue, no tiene nada que ver con la ciencia, y ello
precisamente cuando la dilucidación podría ser un pensar. El fundamento de este
estado de cosas está en que la ciencia no piensa. No piensa porque, según el modo
de su proceder y de los medios de los que se vale, no puede pensar nunca;
pensar, según el modo de los pensadores. El hecho de que la ciencia no pueda
pensar no es una carencia sino una ventaja. Esta ventaja le asegura a la
ciencia la posibilidad de introducirse en cada zona de objetos según el modo de
la investigación y de instalarse en aquélla. La ciencia no piensa. Para el modo
habitual de representarse las cosas, ésta es una proposición chocante. Dejemos
a la proposición su carácter chocante, aun cuando le siga esta proposición: que
la ciencia, como todo hacer y dejar de hacer del hombre, está encomendada al
pensar. Ahora bien, la relación entre la ciencia y el pensar sólo es auténtica
y fructífera si el abismo que hay entre las ciencias y el pensar se hace
visible, y además como un abismo sobre el que no se puede tender ningún puente.
Desde las ciencias al pensar no hay puente alguno sino sólo el salto. El lugar
al que éste nos lleva no es sólo el otro lado sino una localidad completamente
distinta. Lo que se abre con ella no se deja nunca demostrar, si demostrar
significa esto: deducir proposiciones sobre un estado de cosas desde
presupuestos adecuados y por medio de una cadena de conclusiones. Aquel que a
lo que sólo se manifiesta en tanto que aparece desde sí ocultándose al mismo
tiempo, aquel que esto sólo lo quiere demostrar y sólo lo quiere ver
demostrado, éste en modo alguno juzgará según un módulo superior y riguroso de
saber. Sólo calcula con un módulo, y además con un módulo inadecuado. Porque a
lo que sólo da noticia de sí mismo apareciendo en su auto-ocultamiento, a esto
sólo podemos corresponder señalándolo y, con ello, encomendándonos nosotros
mismos a dejar aparecer lo que se muestra en su propio estado de
desocultamiento. Este simple señalar es un rasgo fundamental del pensar, el
camino hacia lo que, desde siempre y para siempre, da que pensar al hombre.
Demostrar, es decir, deducir de presupuestos adecuados, se puede demostrar
todo. Pero señalar, franquear el advenimiento por medio de una indicación, es
algo que sólo puede hacerse con pocas cosas y con estas pocas cosas además
raras veces.
Lo preocupante, en este tiempo nuestro que da que pensar, se
muestra en que todavía no pensamos. Todavía no pensamos porque lo que está
por-pensar le da la espalda al hombre, y en modo alguno sólo porque el hombre
no se dirija de un modo suficiente a aquello que está por pensar. Lo por-pensar
le da la espalda al hombre. Se retira de él reservándose en relación con él.
Pero lo reservado (Vorenthalten) nos está ya siempre pre-sentado. Lo que se
retira según el modo del reservarse no desaparece. Pero ¿de qué modo podemos
saber algo, aunque sea lo más mínimo, de aquello que se retira de esta manera?
¿Cómo podemos llegar siquiera a nombrarlo? Lo que se retira, rehúsa el
advenimiento. Pero… retirarse no es lo mismo que nada. Retirada es aquí reserva
y como tal… acaecimiento propio. Lo que se retira puede concernirle al hombre
de un modo más esencial y puede interpelarlo de un modo más íntimo que
cualquier presente que lo alcance y le afecte. A lo que nos afecta de lo real
nos gusta considerarlo como lo que constituye la realidad de lo real. Pero
precisamente la afección que tiene lugar por obra de lo real puede encerrar al
hombre aislándolo de lo que le concierne, que le concierne de un modo
ciertamente enigmático: el de concernirle escapándosele al retirarse. La
retirada, el retirarse de lo que está por-pensar, podría, por esto, como
acaecimiento propio, ser ahora más presente que todo lo actual.
Ciertamente, lo que se retira de nosotros del modo como
hemos dicho se marcha de nosotros. Pero en esto justamente tira con él de
nosotros y, a su modo, nos atrae. Lo que se retira parece estar totalmente
ausente. Pero esta apariencia engaña. Lo que se retira está presente, y lo hace
de modo que nos atrae, tanto si nos percatamos de ello de inmediato como si no
nos damos cuenta para nada. Lo que nos atrae ya ha concedido advenimiento.
Cuando conseguimos estar en el tirón de la retirada, estamos ya en la línea que
nos lleva a aquello que nos atrae retirándose.
Pero si nosotros, como aquellos que han sido atraídos así,
estamos en la línea que nos lleva a… aquello que tira de nosotros, entonces
nuestra esencia está ya marcada por éste «en la línea que lleva a…». Como los
que están marcados así, nosotros mismos señalamos a lo que se retira. Nosotros
sólo somos nosotros mismos y sólo somos los que somos señalando lo que se
retira. Este señalar es nuestra esencia. Somos mostrando lo que se retira. En
tanto que el que muestra en esta dirección, el hombre es el que muestra. Y no
es que el hombre sea primero hombre y luego, además, y tal vez de un modo
ocasional, sea uno que muestra, sino que: arrastrado a lo que se retira, en la
línea que lleva hacia éste y, con ello, mostrando en dirección a la retirada,
es ante todo como el hombre es hombre. Su esencia descansa en ser uno que
muestra.
A lo que en sí, según su constitución más propia, es algo
que señala, lo llamamos un signo. Arrastrado en la línea que lleva a lo que se
retira, el hombre es un signo.
Sin embargo, como este signo señala hacia algo que se
retira, este señalar no puede interpretar de un modo inmediato lo que se
retira. De este modo este signo queda sin interpretación.
Hölderlin dice en un esbozo de himno:
Un signo somos, sin interpretación
sin dolor estamos nosotros y casi
hemos perdido la lengua en lo extraño.
Los esbozos del himno, junto con títulos como «La
serpiente», «La ninfa», «El signo», llevan también el título de «Mnemosyne».
Esta palabra griega la podemos traducir a esta palabra alemana nuestra:
Gedächtnis (memoria). Nuestra lengua dice: das Gedächtnis. Pero dice también:
die Erkenritnis (el conocimiento), dice die Befugnis (la autorización) y, de
nuevo, das Begräbnis (el entierro), das Geschehnis (el acontecimiento). Kant,
en su lenguaje, dice tanto die Erkentnis (en femenino) como das Erkentnis (en neutro),
y a menudo un término está muy cerca del otro. De ahí que nosotros, sin
violentar la palabra, en correspondencia con el femenino griego podamos
traducir Mnhmosænh por: die Gedächtnis, «la memoria».
Y es que en Hölderlin la palabra griega Mnhmosænh es el
nombre de una titánida. Es la hija del cielo y de la tierra. Mnemosyne, como
amada de Zeus, en nueve noches se convierte en la madre de las musas. El juego
y la danza, el canto y el poema, pertenecen al seno de Mnemosyne, a la memoria.
Es evidente que esta palabra es aquí el nombre de algo más que aquella facultad
de la que habla la Psicología, la facultad de guardar lo pasado en la
representación. La palabra memoria piensa en lo pensado. Pero el nombre de la
madre de las musas no quiere decir «memoria» como un pensamiento cualquiera,
referido a cualquier cosa pensable. Memoria aquí es la coligación del pensar
que permanece reunido en vistas a aquello que de antemano ya está pensado
porque quiere siempre ser tomado en consideración antes que cualquier otra
cosa. Memoria es la coligación de la conmemoración de
aquello-que-hay-que-tomar-en-consideración antes que todo lo demás. Esta
coligación alberga cabe sí y oculta en sí aquello en lo que hay que pensar
siempre de antemano; en relación con todo aquello que esencia y se exhorta como
esenciando y habiendo esenciado. Memoria, como coligada conmemoración de lo que
está por-pensar, es la fuente del poetizar. Según esto la esencia de la poesía
descansa en el pensar. Esto es lo que nos dice el mito, es decir, la leyenda.
Su decir se llama lo más antiguo, no sólo porque, según el cómputo del tiempo,
es el primero sino porque, por su esencia, es, desde siempre y para siempre, lo
más digno de ser pensado. No hay duda, mientras nos representemos el pensar
según las informaciones que sobre él nos da la Lógica, mientras no tomemos en
serio que la Lógica se ha fijado ya en un determinado modo del pensar, mientras
ocurra esto, no podremos reparar en que el poetizar descansa en la
conmemoración; ni podremos darnos cuenta nunca de hasta qué punto esto es así.
Todo lo poetizado ha surgido de la atención fervorosa de la
conmemoración. Bajo el título de «Mnemosyne» dice Hölderlin:
«Un signo somos nosotros, sin interpretación…»
¿Quiénes son «nosotros»? Nosotros los hombres de hoy, los
hombres de un hoy que hace tiempo que dura y que durará todavía mucho tiempo,
en una duración para la que jamás ningún cómputo temporal de la historia podrá
aportar medida alguna. En el mismo himno «Mnemosyne» se dice: «Largo es / el
tiempo»; es decir, aquel en el que nosotros somos un signo sin interpretación.
¿No da bastante que pensar esto de que seamos un signo, y concretamente un
signo sin interpretación? Quizás lo que Hölderlin dice en estas y en las
siguientes palabras pertenece a aquello en lo que se nos muestra lo
preocupante, al hecho de que todavía no pensemos. Pero el hecho de que todavía
no pensemos, ¿descansa en el hecho de que seamos un signo sin interpretación y
estemos sin dolor, o bien somos un signo sin interpretación y estamos sin dolor
en la medida en que todavía no pensamos? Si fuera esto último, entonces el
pensamiento sería aquello por medio de lo cual, y sólo por medio de lo cual, se
les regalaría a los mortales el dolor y se le daría una interpretación al signo
que los mortales son. Entonces un pensar así empezaría por trasladarnos a una
interlocución con el poetizar del poeta, un poetizar cuyo decir, como ningún
otro, busca su eco en el pensar. Si nos atrevemos a ir a buscar la palabra
poética de Hölderlin y a llevarla a la región del pensar, entonces, sin duda
alguna, debemos guardarnos de equiparar de un modo irreflexivo lo que Hölderlin
dice poéticamente con aquello que nosotros nos disponemos a pensar. Lo dicho
poetizando y lo dicho pensando no son nunca lo mismo. Pero lo uno y lo otro
pueden, de distintas maneras, decir lo mismo. Pero esto sólo se consigue si se
abre de un modo claro y decidido el abismo que hay entre poetizar y pensar.
Esto ocurre siempre que el poetizar es alto y el pensar es profundo. También
esto lo sabía Hölderlin. Tomamos su saber de las dos estrofas que llevan por
título:
Sócrates y Alcibíades
«¿Por qué, Sócrates santo, estás agasajando
a este muchacho siempre? ¿Nada más grande conoces?
¿Por qué con amor, como a dioses, lo miran tus ojos?
La respuesta la da la segunda estrofa.
«Quien pensó lo más profundo, éste ama lo más vivo;
excelsa juventud comprende quien el mundo miró
y los sabios se inclinan a menudo, al fin, hacia lo bello.»
A nosotros nos concierne el verso:
«Quien pensó lo más profundo, éste ama lo más vivo.»
Sin embargo, al oír este verso, pasamos por alto con
excesiva facilidad las palabras que propiamente dicen, y por tanto las palabras
que llevan el peso del mismo. Las palabras que dicen son los verbos. Oiremos lo
verbal de este modo si de una manera inhabitual en relación con el modo al que
tenemos habituado nuestro oído, acentuamos de otra forma:
«Quien pensó lo más profundo, éste ama lo más vivo.»
La estrecha contigüidad de los dos verbos «pensado» y «ama»
forma el centro del verso. Según esto el amor se funda en el hecho de que
hayamos pensado lo más profundo. Un haber-pensado como éste procede
presumiblemente de aquella memoria en cuyo pensar descansa incluso el poetizar,
y con él todo arte. Pero entonces, ¿qué quiere decir «pensar»? Lo que quiere
decir, por ejemplo, nadar no lo aprenderemos jamás por medio de un tratado
sobre la natación. Lo que quiere decir nadar nos lo dice el salto en el río. Es
sólo de este modo como conocemos el elemento en el que tiene que moverse el
nadar. Pero ¿cuál es el elemento en el que se mueve el pensar?
En el supuesto de que la afirmación de que todavía no
pensamos sea verdadera, ella dice también que nuestro pensar aún no se mueve
propiamente en su elemento propio, y ello porque lo que está por-pensar se nos
retira. Lo que se nos reserva de este modo y que, por ello, permanece no
pensado, no podemos, desde nosotros mismos, forzarlo al advenimiento, aun en el
caso favorable de que pensáramos ya de antemano y de un modo claro en dirección
a lo que se nos reserva.
De este modo sólo nos queda una cosa, a saber, esperar hasta
que lo que está por-pensar nos dirija su exhortación. Pero esperar no significa
aquí en modo alguno que de momento pospongamos el pensar. Esperar significa
aquí estar al acecho -y esto en el seno de lo ya pensado- de lo no pensado que
todavía se oculta en lo ya pensado. Con una espera así, pensando, estamos ya
andando por el camino que lleva a lo por-pensar. En este caminar podríamos
extraviarnos. Sin embargo seguiría siendo un caminar orientado sólo a responder
a aquello que hay que tomar en consideración.
Pero ¿en qué vamos a conocer aquello que, antes que ninguna
otra cosa, está dando que pensar al hombre desde siempre? ¿Cómo se nos puede
mostrar lo preocupante? Se dijo: lo preocupante, en un tiempo como el nuestro,
que da que pensar, se muestra en que todavía no pensamos, todavía no pensamos
correspondiendo propiamente a lo preocupante (lo que más da que pensar). Hasta
ahora no hemos entrado en la esencia propia del pensar para habitar allí. En
este sentido todavía no estamos pensando propiamente. Pero esto dice
precisamente lo siguiente: nosotros ya pensamos, sin embargo, a pesar de toda
la Lógica, todavía no estamos familiarizados con el elemento en el que el
pensar propiamente piensa. Por esto todavía no sabemos de un modo suficiente en
qué elemento se mueve ya el pensar hasta ahora vigente en la medida en que es
un pensar. Hasta hoy el rasgo fundamental del pensar ha sido la percepción. A
la facultad de percibir se la llama la razón.
¿Qué percibe la razón? ¿En qué elemento reside el percibir,
de modo que, por ello, acontece un pensar? Percibir es la traducción de la
palabra griega noeýn, que significa: darse cuenta de algo presente; dándose
cuenta de ello, tomarlo delante y aceptarlo como presente. Este percibir que
toma delante es un pre-sentar en el sentido simple, amplio y a la vez esencial
de dejar que lo presente esté ante nosotros, erguido y extendido, tal como él
está, erguido y extendido.
Aquel que, entre los primero pensadores griegos, determina
de un modo decisivo la esencia de lo que ha sido hasta ahora el pensar
occidental, cuando trata del pensar, sin embargo, no se fija en absoluto de un
modo exclusivo, y nunca en primer lugar, en aquello que a nosotros nos gustaría
llamar el mero pensar. Esta determinación de la esencia del pensar descansa más
bien en el hecho de que su esencia quede determinada a partir de aquello que el
pensar percibe como percibir, a saber, el ente en su ser.
Parménides dice (Fragmento VIII, 34/36):
«Pero una misma cosa es el percibir y aquello por lo cual el
percibir.
Porque sin el ser del ente, en el cual esto (es decir, el
percibir) está en tanto que lo dicho no encontrarás el percibir».
De estas palabras de Parménides sale con claridad a la luz
lo siguiente: el pensar recibe su esencia como percibir a partir del ser del
ente. Pero ¿qué significa aquí para los griegos, y luego para todo el pensar
occidental hasta este momento: ser del ente? La respuesta a esta pregunta,
hasta ahora no planteada -por demasiado simple-, es: ser del ente quiere decir:
presencia de lo presente. La respuesta es un salto a la oscuridad.
Lo que el pensar percibe como percibir es lo presente en su
presencia. De ella toma el pensar la medida para su esencia como percibir. En consecuencia,
el pensar es aquella presentación de lo presente, la cual nos aporta lo
presente en su presencia y con ello lo pone ante nosotros para que estemos ante
lo presente y, dentro de los límites de él, podamos resistir este estar. En
tanto que presentación, el pensar aporta lo presente llevándolo a la relación
que tiene con nosotros, lo restablece refiriéndolo a nosotros. La presentación
es por ello re-presentación. La palabra repraesentatio es luego el nombre
corriente para representar.
El rasgo fundamental del pensar hasta ahora vigente ha sido
el representar. Según la antigua doctrina del pensar, esta representación se
cumplimenta en el lñgow, que es una palabra que aquí significa enunciado,
juicio. La doctrina del pensar, del lñgow, se llama por esto Lógica. Kant toma
de un modo simple la caracterización tradicional del pensar como representar
cuando al acto fundamental del pensar, el juicio, lo determina como la
representación de una representación del objeto (Kritik der reinen Vernunft. A.
68. B. 93). Si, por ejemplo, emitimos el juicio «este camino es pedregoso»,
entonces, en el juicio, la representación del objeto, es decir, del camino, se
representa a su vez, a saber, como pedregoso.
El rasgo fundamental del pensar es el representar. En el
representar se despliega el percibir. El representar mismo es representación
(poner-delante). Pero ¿por qué el pensar descansa en el percibir? ¿Por qué el
percibir se despliega en el representar? ¿Por qué el representar es
re-presentación?
La Filosofía procede como si aquí, por ningún lado, no
hubiera nada que preguntar.
Pero el hecho de que hasta ahora el pensar descanse en el
representar, y el representar en la re-presentación (en el poner delante), esto
tiene un provenir lejano. Éste se oculta en un acaecimiento propio que pasa
inadvertido: el ser del ente aparece en el comienzo de la historia acontecida
de Occidente -aparece para el curso entero de esta historia- como presencia.
Este aparecer del ser como estar presente de lo presente es él mismo el
comienzo de la historia acontecida de Occidente, en el supuesto de que nos
representemos la historia acontecida no sólo según los acontecimientos sino que
antes pensemos según aquello que, a través de la historia, está enviado de
antemano, y lo está gobernando todo lo que acontece.
Ser quiere decir estar presente. Este rasgo fundamental del
ser, que se dice pronto, el estar presente, se hace sin embargo misterioso en
el momento en que despertamos y consideramos adónde aquello que nosotros
llamamos presencia remite nuestro pensar.
Lo presente es lo que mora y perdura, y que esencia en
dirección al desocultamiento y dentro de él. El estar presente acaece de un
modo propio sólo donde prevalece ya el estado-de-desocultamiento. Pero lo
presente, en tanto que mora y perdura entrando en el estado-de-desocultamiento,
es presente.
De ahí que al estar presente no sólo le pertenezca el
estado-de-desocultamiento sino el presente. Este presente que prevalece en el
estar presente es un carácter del tiempo. Pero la esencia de éste no se deja
nunca aprehender por medio del concepto de tiempo heredado de la tradición.
En el ser, que ha aparecido como estar presente queda, sin
embargo, no pensado el estado-de-desocultamiento que allí prevalece, del mismo
modo como la esencia de presente y tiempo que prevalece allí. Presumiblemente,
estado de desocultamiento y presente, como esencia del tiempo, se pertenecen el
uno al otro. En la medida en que percibimos el ente en su ser, en la medida en
que -para decirlo en el lenguaje moderno- representamos los objetos en su
objetualidad, estamos ya pensando. De esta manera estamos pensando ya desde
hace tiempo. Sin embargo, a pesar de esto, todavía no estamos pensando de un
modo propio mientras quede sin pensar dónde descansa el ser del ente cuando
aparece como presencia.
El porvenir esencial del ser del ente no está pensado. Lo
que propiamente está por pensar queda reservado. Todavía no se ha convertido en
digno de ser pensado por nosotros. Por esto nuestro pensar aún no ha llegado
propiamente a su elemento. Todavía no pensamos de un modo propio. Por esto nos
preguntamos: ¿qué quiere decir pensar?
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