Consideraciones acerca de los conceptos de Individuo,
Psiquismo, Sujeto, Subjetividad
El Yo consta de un Yo “extenso” que comprende la propia
familia, los amigos, las posesiones, etc.
William James, 1890
La subjetividad es el andamiaje de sentido que hace a todo
sujeto convertirse en humano e integrarse al mundo. Se trata de un concepto que
posee un significado abarcador y denso en el que podemos asomarnos a una
inacabable pero legible dramática que hace que un niño o adolescente ame y odie
como lo hace, hable como escuchamos que habla, o posea una géstica y
comportamientos que expresan tanto su desarrollo neural como el resultado de
múltiples socializaciones, sumado al procesamiento que él mismo realiza de todo
ello (lo que el psicoanalista Laplanche denomina ´autoteorización´). Esta
subjetividad es el producto necesario e inevitable de la socialización que
realizan con la cría los semejantes humanos. Como señala Castoriadis: “el mundo
donde el sujeto tiene que ubicarse es el mundo humano y social, tal como se le
presenta por delegación a través de la pareja parental y, en primer lugar, a
través de la madre o quien haga las veces de ella, eso que la psicoanalista
Piera Aulagnier llamó ´el portavoz del conjunto´”. Por ello sostenemos que todo
sujeto es un infinito entramado de sentido que se halla muy lejos de reducirse
a un cociente de inteligencia o al complejo edípico.
Ayudémonos con otra reflexión de Castoriadis acerca de lo
que entiende por socialización: “socializándose, es decir, convirtiéndose en
individuo social, la psique interioriza las significaciones imaginarias y
sociales y ´aprende´ que el verdadero ´sentido de la vida´ se halla en otra
parte; en el hecho de contar con la estima del clan o e esperanza de poder
descansar un día junto a Abraham o en un ser santo o en acumular riquezas, o
desarrollar las fuerzas productivas, etc.”. Aquí es de importancia destacar una
diferenciación: por una lado la psique (el aparato psíquico en términos
freudianos) y por el otro lo que denominamos subjetividad. Entendemos por
psiquis el aparato diferenciado en tópicas diversas y definidas: inconsciente,
y el sistema preconciente-conciente. Este último implica un yo como sede de la
representación de sí. Pero el aparato psíquico no es idéntico al sujeto. Señala
al respecto Bleichmar: “el aparato psíquico no se reduce al sujeto.
Precisamente, el inconsciente es lo que constantemente se sustrae al sujeto; de
modo que, del lado del inconsciente, la temporalidad no existe como tal, no hay
historización. Diferenciar entre condiciones de producción de subjetividad y
condiciones de constitución psíquica puede definirse en los siguientes
términos: la constitución del psiquismo está dado por variables cuya permanencia
trasciende ciertos modelos sociales e históricos. La producción de subjetividad
por su parte, incluye todos aquellos aspectos de producción y reproducción
ideológica y de articulación de variables sociales que lo inscriben en un
tiempo y espacio particulares desde el punto de vista de la historia política”,
así como de la historia de las costumbres, la vida privada, en suma, del
devenir humano.
La subjetivación entonces, no puede entenderse si no es a
través de la incorporación de las significaciones imaginarias sociales. De allí
que como cada sociedad considerada implica imaginarios diversos, no puede
pensarse en una configuración única de estructuración del sujeto. En palabras
de Ana Fernández: “lo que hoy en día está puesto en cuestión es la existencia
de un mecanismo universal de estructuración del sujeto”. Cuando hablamos de
aparato psíquico en cambio, buscamos y hallamos universales que pueden
comprenderse como propios de la especie humana como tal. Este es un mecanismo
universal pues universal es la asimetría entre la cría humana y el adulto
responsable de su sobrevivencia. Cuando hablamos de subjetividad pensamos más
en configuraciones de sentido epocales, ideológicas, sociales, profundamente
vinculadas a los “contenidos” de los imaginarios propios de una sociedad
determinada en una época definida.
Lucio Cerdá
La identidad debe ser entendida como un trabajo psíquico y
social siempre en reformulación, por el que cada sujeto no cesa de construirse
y de ser construido. La identidad anuda lo biológico, lo social y lo subjetivo
sin por ello volverse una esencia estable, ya que el sujeto siempre puede
cambiar. En la identidad se ponen en juego herencia y creación, continuidad y
ruptura. Deseo de inscripción y deseo de reconocimiento. Descartada toda
hipótesis que propusiera la identidad como algo fijo, cristalizado,
inalterable, ninguna identidad queda atrapada en lo dado y pasa a reconocérsela
con un trabajo que procede por identificaciones. Podríamos precisar el concepto
de identificación recurriendo a los aportes del psicoanálisis. Desde dicha
perspectiva la identificación es un proceso por el cual el sujeto de constituye
y se transforma asimilando o apropiándose de aspectos, atributos o rasgos de
los que lo rodean. El sujeto accede así a su identidad a través de otros, o
dicho de otro modo, la identidad se juega
y despliega a través de más de una relación.
Graciela Frigerio
Identidad: la temática identitaria se introduce en las
ciencias sociales a partir de la influencia del psicoanálisis y no comienza a
ocupar un lugar central en ellas sino a partir de la década de 1960. Por lo
general, al hablar de identidad hablamos de dos situaciones diferentes: o bien
puede manar de una cualidad intrínseca de las cosas, o bien puede ser
construida desde la razón, identificando dos cosas que en su naturaleza son
distintas. Estas dos maneras de entender la identidad sobreviven hasta hoy en
las ciencias sociales, y se presentan de manera encontrada: los esencialsitas,
que consideran que la identidad mana de una naturaleza idéntica compartida, y
los construccionistas, que consideran que la identidad es construida
artificialmente en la interacción social.
A diferencia de estas dos posiciones, la postura
posestructuralista proclama “la muerte del sujeto”. Según Foucault, la imagen
totalizadora –tanto del individuo como del Estado- es una representación falsa
del poder que debe ser resistida, y que reside en un entramado complejo de
discursos e instituciones. Por ello, este autor advierte que “tal vez la meta
de hoy no sea descubrir quiénes somos, sino rechazar lo que somos. Tenemos que
imaginar y construir lo que podríamos ser para trascender aquel dilema de la
política, que es la individualización y la totalización de las estructuras de
poder modernas”. Desde este punto de vista, resulta problemática la propuesta
de las identidades fijas (en las que se da una síntesis entre el desarrollo
psicológico y la situación social del individuo), como aquella que imagina la
identidad como un producto manipulado por el individuo para adecuarse a sus
estrategias e intereses. Para Foucault, por el contrario, la imagen de la
soberanía, ya sea como voluntad conciente individual o como voluntad colectiva,
es un producto de los mismos discursos en que se van formando las categorías centrales
de la identidad.
Claudio Lommintz, “Términos críticos de sociología de la
cultura”
Individuo: sinónimo de persona, derivado de una
conceptualización medieval de la naturaleza de Dios: tres personas en una sola.
Como adjetivo indica aquello que ya n puede dividirse más, término que se
emplea en oposición a colectividades y generalidades de diferentes tipos.
Cuando la palabra parece sin ninguna connotación de contraste con un grupo y se
aplica a personas, se la usa en una acepción que el Oxford Dictionary
desaconseja: “ahora sobre todo como un vulgarismo coloquial, o como término de
menosprecio”. Pero, por supuesto, este es precisamente el sentido actual más
familiar de la palabra individuo.
John Hartley. “Conceptos clave en comunicación y estudios culturales”
Identificación: se llama así al proceso mediante el cual el
sujeto mezcla por lo menos algo de la identidad de otra persona con la propia.
Como señala Rycroft, la identificación puede manifestarse 1) extendiendo la
propia identidad a alguna otra persona, 2) haciendo propia la identidad de
alguna otra persona, o 3) confundiendo la propia identidad con la de alguna
otra persona.
La identificación se puede considerar un mecanismo de
defensa mediante el cual la autocrítica lleva a adoptar la identidad de otro al
parecer capaz de afrontar la amenaza en cuestión. A veces podemos emular y
hasta crear un tipo de héroe o heroína que logra éxito y puede superar las
principales frustraciones que se nos presentan en la vida cotidiana. Tal
identificación se puede hacer con alguna entidad mítica construida por la
fantasía, con imágenes mediáticas o con la experiencia directa de otros en el
interior de grupos.
Danny Saunders, “Conceptos clave en comunicación y estudios
culturales”
Para Freud, el niño se identifica con su padre porque tiene
en él el ejemplo más próximo de quien ha conseguido el objeto de su deseo (la
madre). Por ello, la identificación puede estar cargada de ambivalencias.
Después de la infancia se produce la identificación con personas que comparten
alguna cualidad con el sujeto, pero que no son en sí mismas el objeto de su
deseo sexual. Para Freud, la identificación es una expresión primaria de un
lazo emocional con un otro, y es por ello que los líderes de masas pueden
llevar a sus seguidores a la irracionalidad.
Claudio Lommintz, “Términos críticos de sociología de la
cultura”
Sujeto/Subjetividad: pueden considerarse tres acepciones de
esta palabra. 1) el sujeto, según se lo entiende en la teoría política: el ciudadano
sujeto al Estado o la ley. Este sentido implica la falta de libertad de acción
respecto del poder al que se halla sujeto; 2) el sujeto según se lo entiende en
la filosofía idealista: el sujeto pensante, el asiento de la conciencia. Este
sentido implica una división entre sujeto y objeto, entre pensamiento y
realidad o entre el yo y el otro. De ahí que la subjetividad en este sentido
sea la representación de aquello que el yo percibe como opuesto a lo que se
supone que en realidad existe; 3) el sujeto, según se lo entiende en la
gramática: el sujeto de una oración (aquello de que habla el predicado) y por
lo tanto el tema de un discurso o un texto, es decir, aquello que determina o
realiza la acción.
La acepción 1) permite entender la subjetividad como una
relación social, es decir que nuestra subjetividad no es una propiedad que cada
uno de nosotros posee sino que, por el contrario, estamos sujetos a diversas
instituciones. Nuestra identidad individual se ve, pues, determinada, regulada
y reproducida como una estructura de relaciones. Por ejemplo, podemos estar
sujetos (o sometidos) a un afecto/autoridad parental; a una protección /
compulsión legal; a una empresa / explotación comercial; a determinadas
características/ estereotipos nacionales o culturales; y así sucesivamente.
Hacer participar el sentido 1) alienta pues una noción de subjetividad que no
es “inherente” al sujeto ni tampoco es unitaria: así como estamos sujetos y
sometidos a esas diversas fuerzas, nuestra subjetividad también es una mezcla
contradictoria de “identidades” que se confirman y se oponen.
La acepción 2) resulta impropia. La subjetividad es el
asiento de la conciencia, pero este modo de definirla sugiere la existencia de
una conciencia o una identidad unitaria libremente fluctuante, que aparece
entonces como la fuente de acción y de significación antes que como su
producto. El individualismo implícito de esta postura filosófica no logra
explicar la función que desempeñan las relaciones sociales y el lenguaje en
cuanto a determinar, regular y producir lo que pueda ser un “sujeto pensante”.
La acepción 3) permite tomar en consideración el rol
determinante, regulador y productor del lenguaje, el discurso y la producción
de sentido. Los textos y los discursos son los medios a través de los cuales se
comunica la relación entre lo social (acepción 1) y el sujeto (acepción 2).
Pero así como la conciencia no es una entidad libremente flotante, los textos y
los discursos mismos tampoco lo son: se determinan, se regulan y se producen
según las circunstancias históricas de tiempo, lugar y estructura.
John Hartley. “Conceptos clave en comunicación y estudios
culturales”
Somos una colonia de Yoes posibles, entre los que se
encuentran algunos temidos y otros deseados, todos ellos aglomerados para tomar
posesión de un Yo actual.
H. Markus y P. Nurius
¿No es el Yo una relación transaccional entre un hablante y
un Otro: de hecho, un Otro generalizado? ¿No es una manera de enmarcar la
propia conciencia, la postura, la identidad, el compromiso de uno mismo
respecto a otro? El Yo, desde este punto de vista, se hace “dependiente del
diálogo”, concebido tanto para el receptor de nuestro discurso como para fines
intrapsíquicos. El Yo debe considerarse como una construcción que procede del
exterior al interior, tanto como del interior al exterior; de la cultura a la
mente, tanto como de la mente a la cultura.
El Yo, como cualquier otro aspecto de la naturaleza humana,
es tanto un “guardián” de la permanencia como un “barómetro” que responde al
clima cultural local. La cultura asimismo, nos procura guías y estratagemas
para encontrar un “nicho” entre la estabilidad y el cambio: exhorta, prohíbe,
tienta, deniega o recompensa los compromisos emprendidos por el Yo. Y el Yo,
utilizando su capacidad de reflexión y de imaginar alternativas, rehuye o
abraza o reevalúa y reformula lo que la cultura le ofrece. Por consiguiente,
cualquier intento por comprender la naturaleza y orígenes del Yo es un esfuerzo
interpretativo semejante al que realiza un historiador o un antropólogo al
trata de comprender un “período” o un “pueblo”.
El Yo cuenta historias en las que se incluye un bosquejo del
Yo como parte de la historia, elabora relatos sobre una vida, una narración en
cuyo centro se encuentra un Yo.
J. Bruner
Estamos siempre contando historias sobre nosotros mismos.
Cuando contamos estas historias a los demás, puede decirse, a casi todos los
efectos, que estamos realizando simples acciones narrativas. Sin embargo, al
decir que nos contamos las mismas heridas a nosotros mismos, encerramos una
historia dentro de otra. Esta es la historia de que hay un yo al que se le
puede contar algo, un otro que actúa de audiencia y que es uno mismo o el yo de
uno. Cuando las historias que contamos a los demás sobre nosotros mismos versan
sobre esos otros yoes nuestros; por ejemplo, cuando decimos “no soy dueño de mí
mismo”, de nuevo encerramos una historia dentro de otra. Desde este punto de
vista, el yo es un cuento. De un momento a otro y de una persona a otra este
cuento varía en el grado en que resulta unificado, estable y aceptable como
fiable y válido a observadores informados.
Como proyecto de desarrollo personal, el análisis personal
(en la relación paciente-terapeuta) cambia las cuestiones principales que uno
formula a la narración de su propia vida y las vidas de otras personas
importantes para uno.
El reto al que se enfrentan paciente y terapeuta se
convierte en un intento de volver a contar una narración de sí de una manera
que permita comprender los orígenes, significados e importancia de las
dificultades actuales del paciente, y de un manera que el cambio resulte
concebible y alcanzable. Durante este proceso, ambos se concentran no sólo en
el contenido sino también en la forma de la narración, es decir, la acción de
la narración, en la que el acto mismo de relatar es tratado como el objeto que
hay que describir, en lugar de tratarlo como un medio transparente. La opacidad
de la narración, su circunstancialidad, su género, se consideran tan
importantes como su contenido o, de cualquier manera, inseparables del mismo.
El Yo del paciente se convierte, por consiguiente, no sólo en un hacedor de
relatos sino además en un narrador con un estilo peculiar.
R. Schafer
Logramos nuestra identidad personal y el concepto de
nosotros mismos mediante el uso de la configuración narrativa, y damos unidad a
nuestra existencia entendiéndola como la expresión de una historia singular que
se despliega y desarrolla. Estamos en medio de nuestras historias y no podemos
estar seguros de cómo van a terminar; tenemos que revisar constantemente el
argumento a medida que se añaden nuevos acontecimientos a nuestras vidas. El
Yo, por consiguiente, no es una cosa estática o una sustancia, sino una
configuración de acontecimientos personales en una unidad histórica, que
incluye no sólo lo que uno ha sido sino también previsiones de lo que uno va a
ser.
D. Polkinghorne
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