miércoles, 21 de mayo de 2014

Unidad 4. El problema del pensamiento. De la recepción a la interpretación.


ACERCA DEL PREGUNTAR Y DEL PREGUNTARSE COMO 

PRACTICA DE PENSAMIENTO



Oscar D. Amaya


Toda obra es un viaje, un trayecto,
pero que sólo recorre tal o cual camino exterior
en virtud de los caminos interiores que la componen,
que constituyen su paisaje o su concierto
Gilles Deleuze

Lo nuevo no está en lo que se dice,
sino en el acontecimiento de su retorno
Michel Foucault

I.

Todo decir, todo discurso, sean cual sean los significantes que utilice (palabras, movimientos, trazos, melodías, etc.) debe enfrentarse al desafío de rehusarse a producir verdades acabadas, respuestas indiscutibles, saberes absolutos, desalojando las semillas del pensamiento: las dudas y las preguntas. La búsqueda de certezas es paradojal, ya que está atravesada por lo incierto, por lo inacabado. La pregunta se enfrenta a todo intento por castrar la curiosidad, y el asombro, indispensables para el proceso del pensar.

Lo que llamamos verdad “no nace ni se encuentra en la cabeza de un solo hombre, sino que se origina entre los hombres que la buscan conjuntamente, en el proceso de su comunicación dialógica” (Percia, 2002). La insistencia de la pregunta nos susurrra que no hay una última palabra, toda pregunta llega a desalojar una creencia, ya sea porque la niega o la ignora, ya sea porque la cambia o la desarrolla.

Acaso misterio del preguntarse no se resuelva con el responderse. Ocurre que entre ambos actos, parece existir un intersticio. La aventura consiste en introducirse en ese hiato, en ese tiempo y  espacio tan peculiar, entre una pregunta y una respuesta. Poder sostenerse allí, en ese silencio, para comenzar a experimentar una presencia, un acontecimiento que esté mas allá (o más acá) de las explicaciones.

Habitar este intersticio es experimentar aquello que no necesita sólo de razones, pues no necesariamente será comprendido únicamente a través del saber constituído, sino a través de la aventura del pensar, ya que no es mediante significados instituídos que accederemos a la experiencia de suspender el juicio, de demorar una respuesta. Quien pregunta ha producido cierta síntesis conceptual o sensitiva en su discurrir en torno a aquello que intenta comprender, la pregunta muestra el modo de pensar y sentir de quien pregunta.

Es que las respuestas a menudo encierran, por eso es importante ejercer la disciplina de dejar de reaccionar, de responder conceptualmente o con creencias, frente a la angustia que despierta un interrogante. La pregunta produce desasosiego, suspensión, interpela a la búsqueda y no requiere apaciguar prontamente la incertidumbre, sino transitarla.

Esta manera de afrontar la pregunta sin silenciarla con respuestas, nos permite sentir la ignorancia, soportar el no saber y aprender el significado instituyente que hay en ese sentir, que nos habla del misterio del desconocer, inherente a nuestra condición humana, manera que permite sentir el abandono que esto produce, abandono que no se resuelve con sustituciones, con respuestas cabales, tranquilizadoras.

Con estas dudas, con estos interrogantes, con estos haceres erráticos, con estas deformaciones estamos en el mundo. (...) Esta formulación nos remite nuevamente al interrogante sobre el ser, pero sobre un ser en constante mutación, no la pregunta por la esencia, ni por las trascendencia, sino la pregunta por ese ser en autoproducción constante, autoproducción inmanente a la producción de realidades que su práctica y su teoría producen. Práctica y teoría que son acción, no una práctica como “bajada” de unos conceptos teóricos, ni una teoría como “subida” al cielo de los conceptos de una acciones prácticas.
(...)
Retomar la pregunta por nuestro hacer desde esta posición, nos impone abandonar el camino que nos lleva a la reducción en su faz técnica del complejo proceso de producción inmanente en cada práctica, fragmentando el proceso y al sujeto de este proceso.
(...)
Si en cambio transformamos la pregunta por la práctica, por nuestro hacer, pensándola como un proceso de producción, si en vez de preguntarnos ¿qué hacer?, nos interrogamos por ¿qué hacemos ser cuando hacemos?, estaríamos poniendo el acento sobre el ser, sobre el tipo de subjetividad que produce nuestro hacer, encontrándonos en mejores condiciones para recobrar la potencia para la creación, para la invención de lo nuevo, para la autoproducción.
(1)


II.

Necesitamos, queremos respuestas, deseamos conocimientos, experimentamos la necesidad de defendernos ante lo distinto, lo ignorado. La respuesta es una reacción que aparece a la manera de un mecanismo de defensa ante el temor. La práctica de pensamiento es el tiempo de investigar la acción y reacción, investigar el intervalo entre el pedir y el recibir, a fin de maximizar su presencia. Esta presencia es de una naturaleza diferente a la del dualismo pregunta-respuesta. Aquí no hay ninguna necesidad de demostrar algo, no hay obligaciones, ni búsqueda de semejanzas o diferencias.

Antes de convertir, de disolver la pregunta en una respuesta, parece necesario darle albergue un tiempo significativo “como una madre expande su seno para que la criatura crezca en ella. La respuesta prematura es un aborto de la indagación de la vida”. La interpelación que produce la pregunta viene a enjuiciar la aparente seguridad de la respuesta, como afirma Kovadloff: “en un mundo que cree disponer más respuestas que las que efectivamente tiene, preguntar se vuelve imperioso para poner al; desnudo el hondo grado de simulación y de jactancia con que se vive”.

Es así que antes de responder cualquier interrogante, es esencial suspender el juicio y prolongar la recepción del mensaje otorgando una delicada atención al instinto de reacción o a la respuesta convencional, a fin de observar esta dinámica que funciona como obstáculo a la hora de comprender la riqueza de aquello que nace con la pregunta y se desarrolla cuando la respuesta es suspendida. El acontecimiento desprenderá un suceder, una danza en que la respuesta será un gesto que recomienza.

La infancia, esa temporada de la existencia que el adulto deja diluir sin remedio, constituye un espacio de la vida en que las preguntas son motores para la interpretación del mundo. Frente a lo inquietante de las preguntas de los niños, el adulto dice “qué ingenioso”. A la gravedad de sus interrogantes la diluye exclamando “ qué divertido”. La belleza de la pregunta es transformada en la sentencia “qué insólito lo que dice”, y frente a la radicalidad de ellas reacciona tiernamente ensalzando la expresión de una inocencia, fruto de un “alma pura”.

La adultez cancela muchas veces la osadía que posee la infancia. Los niños “se atreven a quedar en la intemperie, a soportar los enigmas impuestos por una realidad que, rompiendo su cascarón de docilidad aparente, se planta ante ellos revulsiva, irreductible, misteriosa y desafiante”, afirma Kovadloff. La infancia emerge como un momento vital que asume la responsabilidad de preguntar.

No hay regreso. Cada llegada es una partida, un errar recomenzando sobre los territorios de la tierra, el mar, el aire, ¿quién garantiza el recomenzar y de nuevo la partida? Un gesto que recoge lo imprevisto, el resquebrajamiento mutuo y desilusionado del cuerpo que queriendo saber se traslada, para decirlo en un lugar donde el yo de nuevo recomienza. Saber infinito imposible, siempre por rehacer y que aporta, quizá, una exploración si no de lugares por otros ya transitados por lo menos este recorrido de innumerables partidas que no hubiera tenido lugar si no existiese el lugar del alto, de la ruptura de la unidad recompuesta para ser puesta a prueba. (2)


III

Al estatuto de la infancia lo continúa el espíritu poético. Un ejemplo de ello lo constituye Pablo Neruda, quien en sus dos últimos años de vida escribe ocho libros de poesía con los que pensaba festejar sus setenta años de vida, en julio de 1974. Uno de ellos, Libro de las preguntas, constituye un ejercicio pleno de curiosidad y asombro, ya mencionados como atributos de la práctica de pensamiento. Dividido en setenta y cuatro secciones, está íntegramente poblado de preguntas que abarcan los más variados fenómenos de la existencia humana y natural.

Una lectura atenta parece sugerir una fuerte continuidad entre el universo infantil y el poético: ¿por qué los árboles esconden el esplendor de sus raíces?; ¿hay algo más triste en el mundo que un tren inmóvil en la lluvia?; ¿las lágrimas que no se lloran esperan en pequeños lagos?; ¿cómo logró su libertas la bicicleta abandonada?; ¿puedo preguntar a mi libro si es verdad que yo lo escribí?; ¿por qué me muevo sin querer, por qué no puedo estar inmóvil?; ¿las hojas viven en invierno en secreto, con las raíces?; ¿quién era aquella que te amó en el sueño, cuando dormías?

¿De dónde viene ese afán de preguntar, esa gran dignidad que se concede a la pregunta?
Preguntar es buscar, y buscar es buscar radicalmente, ir al fondo, sondear,
trabajar el fondo y, en última instancia, arrancar. Ese arrancamiento que contiene la raíz
es la labor de la pregunta. (...) Freud dice, más o menos, que todas las preguntas
que hacen los niños a diestra y siniestra, les sirven de sustitutos de la que no hacen,
esto es, la pregunta del origen. Asimismo, nos interrogamos sobre todo, con el fin de
mantener en movimiento la pasión de la pregunta (...) Interrogar, entonces, consiste
en ponerse en la imposibilidad de preguntar por medio de preguntas parciales. (...)
La pregunta es el deseo del pensamiento. (...) es el llamado a saltar, que no se
deja retener en un resultado. (3)

IV

Se trata entonces de la pregunta por la pregunta, de preguntarse en qué consiste esta práctica de pensamiento , qué pregunta una pregunta cuando lo hace. Aquello que no es sabido y que bajo la forma de interrogante produce otro no saber: lo que no sabemos es adónde nos puede llevar esa fuerza movediza de curiosidad y asombro, ya que como afirma Blanchot, esta práctica nos pone en relación con lo que no tiene fin.

¿Llegaremos a comprender alguna vez lo que realmente queremos saber?
 


Bibliografía citada

(3) BLANCHOT, M. (1974) El diálogo inconcluso. Caracas, Monte Avila eds.
      KOVADLOFF, S. (1993) El silencio primordial. Buenos Aires, Emece.
(2) KRISTEVA, J. (1988) Historias de amor. México, S.XXI.
      NERUDA, P. (1975) Libro de las preguntas. Buenos Aires, Torres Agüero ed.
      PERCIA, M. (2002) Una subjetividad que se inventa. Buenos Aires, Lugar Editorial
(1) VEGA, D. y otros (2000) Travesías institucionales. Buenos Aires, Lugar Editorial.

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