miércoles, 28 de septiembre de 2016

en relación a la conversación de ayer, respecto de un comentario de Aldana

Campañas electorales en la era digital

Juan Pedro Gallardo asegura que la comunicación a implementar en elecciones democráticas, independientemente de sus soportes, tiene la obligación de incluir en su repertorio discursivo la dimensión del destinatario que exige obtener una relación equilibrada de ida y de vuelta con su interlocutor.






 Por Juan Pedro Gallardo *

La explosión de las redes sociales para uso proselitista se produjo en el 2008 durante la competencia presidencial de Barack Obama. La prueba de efectividad que tuvo en la contienda la implementación de internet y sus productos más representativos, avalada entre otras cosas por la movilización de unos 13 millones de militantes en Facebook, marcó un antes y un después en el diseño de las campañas electorales.
Por supuesto que otros factores como el crecimiento de la conectividad, la masiva accesibilidad y la falta de regulación estatal ayudaron a fortalecer esta tendencia y a instalar definitivamente a la red en el mapa de medios. El contexto aludido hizo posible a su vez que la Política 2.0 gane más terreno en la amplia geografía de la comunicación proselitista e incorpore una dinámica superior a la mera difusión de propaganda por canales digitales.
Asimismo, el rol ciudadano en un entorno virtual y en un contexto de disputa política implica nuevos desafíos y cuestiones que deben ser analizadas. Si bien internet fue fruto de la ingeniería militar estadounidense, su expansión parcialmente liberalizada hacia los campus universitarios permitió la conformación de una masa de usuarios que aprovecharon las características propias de esta herramienta para poder difundir cuestionamientos al modelo de control social implementado desde las esferas gubernamentales y las trabas legales y comerciales que impusieron las corporaciones que monopolizaban la web.
Los hackers desde su conformación temprana se erigieron como una contracultura o subcultura frente a estos poderes. Dedicaron su accionar a la programación de software para la utilización libre y gratuita, entendiendo que la puesta en común de la información constituye un bien excluyente para el pleno ejercicio democrático. De acuerdo con el fin mencionado, llevaron a cabo una metodología de trabajo en red, de modo colaborativo, circular y bajo una ideología predominantemente libertaria.
Esta actitud contestataria no anuló el constante avance de la concentración de internet en pocos jugadores y la cotidianeidad de su uso, como la de cualquier otro objeto, apacigua su contemplación crítica. No obstante, sí provocó que dichas cualidades formen parte de las costumbres de los usuarios y que las grandes compañías relacionadas a este negocio –incluso las del mundo productivo y del trabajo en general–, orienten sus propias organizaciones y desarrollos con adecuación a esta perspectiva. El teletrabajo o el home office configuran ejemplos de este movimiento que funciona dentro de la conceptualización de lo que se denomina “trabajo líquido”.
No es propósito de estas consideraciones subestimar el poder que detentan los medios masivos de comunicación, a la hora de edificar consensos y fijar la agenda de temas que son de interés público. Sí hacen hincapié en el hecho de que la revolución producida por las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, compuso una sociedad culturalmente distinta a la que se regía exclusivamente por el consumo de televisión, radio o diarios en papel.
En esta nueva era de ser en el mundo, los aspectos señalados fueron paulatinamente agregándose a las conductas de los internautas que además, frente a la unidad del ordenador personal, el gigantesco volumen de datos disponibles y la interactividad que la conexión permite, llegan a experimentar generalmente la sensación de una autonomía relativa importante.
Se trata de un proceso y no de un trayecto de conclusión finita. Se puede hacer referencia a un camino que consolida su pavimento a partir que avanza la mediatización de la sociedad y aumenta la cantidad de nativos digitales que habitan sobre el planeta. Por ello resulta vital para la elaboración de cualquier campaña tener presentes tales disquisiciones y darse cuenta que cuando se intentan construir en la actualidad alternativas mayoritarias y hegemónicas, los mensajes verticales van perdiendo efectividad frente a la horizontalidad de la comunicación.
Lo expresado no tiene nada que ver con el hecho de desplazar al líder como centro. Tampoco señala una supuesta carencia de eficacia que todavía tienen los discursos tradicionales al interior de las estructuras políticas-partidarias. Se concentra más bien, en el hecho evidente de que la comunicación a implementar en elecciones democráticas, sea con volantes en una esquina o a través de canales electrónicos y virtuales, tiene la obligación de incluir coherentemente en su repertorio discursivo la dimensión del destinatario que, por los parámetros culturales aludidos, no se conforma con el mensaje ofrecido sino que exige, entre otras cosas, obtener una relación equilibrada de ida y de vuelta con su interlocutor.
* Licenciado en Ciencias de la Comunicación - UBA.

Unidad II El problema del sujeto - Slavoj Zizek


“Esclavo” es la palabra que nombra al amo fingido

Desde su particular manera de glosar las nociones de “discurso del amo” y “discurso universitario”, el pensador esloveno avanza hacia un examen de lo que pueda entenderse por el Mal, tal como debe reenfocárselo a partir del atentado a las Torres Gemelas. Y discierne “cuatro modos del Mal político”.

Final del fPor Slavoj Zizek *

En El reverso del psicoanálisis, Seminario XVII (1969-1970), sobre los “cuatro discursos”, Jacques Lacan da su réplica a los acontecimientos de 1968. La premisa de ese seminario puede captarse mejor si se piensa como el reverso del conocido graffiti antiestructuralista en las paredes de París en 1968, “¡Las estructuras no caminan por la calle!”. En ese seminario, Lacan se esfuerza por demostrar que las estructuras sí caminan por la calle, es decir, que los cambios estructurales pueden explicar estallidos sociales como los de 1968. En lugar de un Otro simbólico con su conjunto de reglas a priori que garantizan la cohesión social, tenemos la matriz de pasajes de uno a otro discurso: el interés de Lacan está focalizado en el pasaje del discurso del amo al discurso de la universidad como discurso hegemónico en la sociedad contemporánea.
No sorprende que la revuelta se localizara en las universidades: esto señaló el cambio hacia nuevas formas de dominación, en las cuales el discurso científico legitima las relaciones de dominación. La premisa subyacente de Lacan es escéptico-conservadora: el diagnóstico de Lacan es captado por su famosa réplica a los estudiantes revolucionarios: “Como los histéricos, están pidiendo un nuevo amo. ¡Lo tendrán!”. Este pasaje también puede concebirse, en términos más generales, como el pasaje del ancien régime prerrevolucionario al nuevo amo posrevolucionario que no quiere admitir que es un amo, sino que se propone como mero “servidor” del pueblo. En términos de Nietzsche, es simplemente el pasaje de la ética del amo a la moralidad del esclavo, y este hecho quizá nos permita un nuevo enfoque de Nietzsche: cuando éste descarta sarcásticamente la “moralidad del esclavo”, no está atacando las clases bajas como tales, sino más bien a los nuevos amos, que ya no están dispuestos a asumir el título de tales; “esclavo” es el término nietzscheano para amo fingido.
El punto de partida de la matriz de los cuatro discursos es la conocida definición de Lacan de significante: un significante es “lo que representa al sujeto para otro significante”. ¿Cómo hay que leer esta definición obviamente circular? Las camas en los hospitales antiguos tienen al pie, fuera de la vista del paciente, un pequeño tablero que registra la temperatura del paciente, su presión sanguínea, los medicamentos que le han indicado, etcétera. Ese tablero representa al paciente, ¿para quién? No simple y directamente para otros sujetos (digamos, para los enfermeros y médicos que regularmente revisan ese tablero), sino principalmente para otros significantes, para la red simbólica de saber médico en la cual los datos del tablero tienen que insertarse para alcanzar su significado. Puede imaginarse fácilmente un sistema informatizado donde la lectura de los datos en el tablero se produzca automáticamente, de modo que lo que los médicos obtienen y leen no son esos datos, sino directamente las conclusiones que, de acuerdo con el sistema del saber médico, se siguen de estos y otros datos... La conclusión que debe extraerse de esta definición de significante es que, en lo que digo, en mi representación simbólica, siempre hay una especie de excedente respecto de los destinatarios de mi discurso, por lo cual aun una carta que no llega a su destinatario concreto en cierto sentido llega a su verdadero destino, que es el gran Otro, el sistema simbólico de “otros significantes”. Una de las materializaciones directas de este exceso es el síntoma: un mensaje cifrado cuyo destinatario no es otro ser humano (cuando inscribo en mi cuerpo un síntoma que divulga el secreto más íntimo de mi deseo, no se supone que ningún ser humano lo lea directamente) y, sin embargo, ha cumplido su función en el momento en que fue producido, ya que llegó al gran Otro, su verdadero destinatario.

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¿Qué es un significante amo? En su libro sobre la Segunda Guerra Mundial, Winston Churchill medita sobre el enigma de una decisión política: después de que los especialistas proponen sus múltiples, elaborados y refinados análisis, alguien debe asumir el simple y dificilísimo acto de trasponer esa multitud compleja, donde para cada razón a favor hay dos razones en contra y viceversa, en un simple “sí” o “no”: atacaremos, esperaremos. Ese gesto que nunca puede estar completamente basado en razones es el del amo. El discurso del amo se basa entonces en la brecha entre S1 y S2, entre la cadena de significantes “ordinarios” y el significante amo “excesivo”. Basta con recordar los rangos militares, el hecho curioso de que no se superponen con la posición dentro de la jerarquía militar de mando: a partir del rango de oficial –teniente, coronel, general...–, no se puede derivar directamente su lugar en la cadena jerárquica de mandos (un comandante de batallón, un comandante de un grupo del ejército); el hecho curioso es el modo como llegan a duplicar la designación de su posición; por ejemplo, “General Michael Rose, comandante de las fuerzas de Naciones Unidas en Bosnia”. ¿Por qué no eliminamos los rangos y simplemente designamos a un oficial por su posición en la cadena de mando? Sólo el ejército chino en la Revolución Cultural abolió los rangos y usaba únicamente la posición en la cadena de mando. Esta necesidad de reduplicar es la necesidad de adicionar un significante amo al significante “ordinario” que designa el lugar propio en la jerarquía social. Esta brecha es también ejemplificada por los dos nombres de una misma persona. El Papa es al mismo tiempo Karol Wojtyla y Juan Pablo II: el primer nombre representa a la persona “real”, mientras que el segundo designa a esa misma persona como la encarnación “infalible” de la Iglesia; el pobre Karol puede emborracharse y decir estupideces pero, cuando Juan Pablo habla, el espíritu divino habla a través de él.

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Quizás el caso ejemplar de la posición del amo que subyace al discurso universitario es el funcionamiento del discurso médico en nuestras vidas cotidianas: en el nivel superficial, estamos ante el saber objetivo puro que desubjetiviza al sujeto-paciente, reduciéndolo a un objeto de investigación, de diagnóstico y tratamiento; sin embargo, por debajo puede discernirse fácilmente a un sujeto preocupado e histerizado, obsesionado por la angustia, que se dirige al médico como si fuera su amo y le pide que lo tranquilice. Y se podría afirmar que la resistencia de los médicos a ser tratados como Otros científicos se basa en la conciencia de que su posición es la del amo, por lo cual no esperamos que el médico nos diga solamente la verdad desnuda (objetiva): esperamos que nos dé las malas noticias sólo en la medida en que nuestro saber de nuestra condición nos ayude de algún modo a lidiar con ella. En un nivel más común, basta con recordar el experto en mercados que aboga por fuertes ajustes presupuestarios (recortando gastos en seguridad social, etcétera) como si se tratara de una necesidad impuesta por sus conocimientos técnicos desprovistos de todo sesgo ideológico: lo que oculta es la serie de relaciones de poder (desde el papel activo de los aparatos del Estado hasta las creencias ideológicas) que sostienen el funcionamiento “neutral” del mecanismo del mercado.

El mal no es banal

Siempre que un proyecto político da un giro radical, surge el chantaje: “Desde luego esos objetivos son en sí mismos deseables; sin embargo, si hacemos todo eso, el capital internacional nos boicoteará, la tasa de crecimiento bajará”, y así sucesivamente. La barrera del sonido, el salto cualitativo que se produce cuando se expande la cantidad desde las comunidades locales hasta los círculos sociales más vastos (hasta el Estado mismo), tiene que ser derribada, y arriesgarse a organizar círculos sociales cada vez más amplios, en el estilo de la auto-organización de las comunidades marginales excluidas. Muchos fetiches tendrán que ser eliminados: ¿a quién le importa si el crecimiento se estanca o incluso senegativiza? ¿No tenemos bastante con la tasa alta de crecimiento cuyos efectos en el cuerpo social se manifestaron principalmente como nuevas formas de pobreza y desposesión? ¿Por qué no un crecimiento negativo que se tradujera en un estándar de vida cualitativamente mejor, no más alto, para amplios estratos populares? Ese habría sido un acto en la política actual: salir de la alternativa debilitante de “o apoyamos directamente la globalización del libre mercado, o hacemos promesas imposibles siguiendo fórmulas mágicas para quedarnos con el pan y con la torta, para combinar globalización con solidaridad social”.
En ningún lugar la resistencia al acto político es hoy más palpable que en la obsesión del “Mal radical”, el negativo del acto. Es como si el Bien supremo consistiera en hacer que nada suceda realmente; es por ello que la única manera de imaginar un acto es bajo la forma de una perturbación catastrófica, de una explosión traumática del Mal. Susan Neiman (Evil in Modern Thought, Princeton University Press, 2002) estaba en lo cierto al señalar por qué el 11 de septiembre tomó a tantos críticos sociales de izquierda por sorpresa: el fascismo era, para ellos, la última apariencia de un Mal directamente transparente. Desde 1945 perfeccionaron, durante décadas, el arte de la lectura “sintomática”, un modo de leer que nos enseñó a reconocer el Mal bajo la forma de su opuesto: la democracia liberal misma legitima los órdenes sociales que generan el genocidio y las masacres; hoy, los crímenes masivos son el resultado de la lógica burocrática anónima (lo que Chomsky llamó los “ideólogos invisibles”). Sin embargo, con el 11 de septiembre, todos encontraron repentinamente un Mal que se ajusta a la más ingenua imagen hollywoodense: una organización secreta de fanáticos que concibe y planea con detalle un ataque terrorista cuyo objetivo es matar a miles de víctimas civiles al azar. Es como si el concepto de Arendt de la “banalidad del mal” fuera nuevamente invertido: los atacantes suicidas de Al Qaida no eran en ningún sentido “banales”, sino efectivamente “demoníacos”. Así pues, a los intelectuales de izquierda les pareció que para poder condenar directamente esos ataques, debían revisar de alguna manera los resultados de sus complejos análisis y hacer una regresión al nivel hollywoodense fundamentalista de George W. Bush.
En una elaboración más profunda, se pueden proponer cuatro modos del Mal político, que forman una especie de cuadrado semiótico greimasiano: el Mal totalitario “idealista”, llevado a cabo con las mejores intenciones (el terror revolucionario); el Mal autoritario, cuyo objetivo es el poder y la simple corrupción (sin otros objetivos más elevados); el Mal “terrorista” fundamentalista, abocado a infligir daños masivos, destinado a causar miedo y pánico; y el Mal “banal” de Arendt, llevado a cabo por estructuras burocráticas anónimas. Sin embargo, lo primero que hay que señalar es que el marqués de Sade, el epítome del Mal moderno, no se adecua a ninguno de estos cuatro modos: hoy es atractivo porque, en su obra, los personajes malvados son superlativamente demoníacos, se reflejan en lo que hacen y lo hacen intencionalmente: lo opuesto de la “banalidad del Mal” de Arendt, del Mal totalmente incomparable con los personajes grises, mediocres, pequeñoburguesas (a la Eichmann) que lo organizaron. Aquí es donde Pasolini, en su Los 120 días de Sodoma, se equivoca: “Sade y Auschwitz tienen poco en común. No es probable que pueda encontrarse una fórmula general que los comprenda, y todo intento de hacerlo puede ocultar lo moralmente importante en cada uno”, escribió Neiman.
El “Mal” es, pues, una categoría mucho más complicada de lo que podría parecer. No es una simple obscenidad excéntrica comparar la famosa fórmula mística de Angelus Silesius “La rosa no tiene porqué” con la experiencia de Primo Levi en Auschwitz: cuando, sediento, intentó llegar a un pedazo de nieve en la ventana de su barraca, el guardia le gritó desde afuera que se retirara; en respuesta al perplejo “¿Por qué?” de Levi –por qué el rechazo de un acto que no hiere a nadie ni rompe las reglas–, el guardia replicó: “No hay porqué aquí, en Auschwitz”. Quizá la coincidencia de estos dos “porqués” es el “juicio infinito” último del siglo XX: el hecho sin fundamento de una rosa que goza de su propia existencia se toca con su “determinación oposicional” en la prohibición del guardia hecha de puro goce, porque sí. En otras palabras, lo que en el ámbito de la naturaleza es puro, es inocencia pre-ética, retorna (literalmente) como venganza en el ámbito de la naturaleza, bajo la forma de puro capricho del Mal.

* Fragmentos de Violencia en acto. Conferencias en Buenos Aires (ed. Paidós).

 

lunes, 26 de septiembre de 2016

Clase de Trabajos Prácticos

La clase de prácticos del 27 de septiembre tendrá como objetivo:
Relectura y diálogo intertextual entre los autores analizados hasta la semana pasada. 
El propósito es que cada estudiante realice una interpretación intertextual apoyada en algún material breve de su elección, ya sea de índole  audiovisual, textos propios o ajenos, procesos de tesis o proyectos estéticos o teóricos de temáticas afines para exponer en la clase. Este trabajo individual en clase será puesto a análisis y debate con los demás estudiantes.
Esta dinámica pretende propiciar un proceso de reflexión, crítica y ensayo para el trabajo final propuesto por la cátedra (ver Programa de Estudios).

viernes, 23 de septiembre de 2016

acerca de "originales" y "copias"

[…] no hay original, el  modelo de la copia es ya una copia, la copia es una copia de la copia; no hay más máscara hipócrita porque el rostro que encubre la máscara es ya una máscara, toda máscara es sólo la máscara de otra; no hay un hecho, sólo interpretaciones, cada interpretación es la interpretación de una interpretación anterior;  no hay sentido propio de la palabra, sólo sentidos figurados, los conceptos son sólo metáforas disfrazadas; no hay versión auténtica del texto, sólo traducciones; no hay verdad, sólo pastiches y parodias.  Y así hasta el infinito.


Pierre Klossowski

MEREA - Familia, psicoanálisis y sociedad (lectura complementaria de FREUD)

En su libro "Familia, psicoanálisis y sociedad. El sujeto y la cultura", César Merea elabora una concepción del psiquismo que tiene como piunto de partida la articulación de la teoría psicoanalítica con la teoría social. La mirada interdisciplinaria permite llevar adelante un análisis en el cual el sujeto, las parejas, la familia, la sociedad y la cultura se muestran como términos imbricados que se determinan mutuamente. El psiquismo no aparece, por tanto, confinado al interior dle individuo, sino que se extiende hacia el plano intersubjetivo, es decir, al mundo de la relación con los semejantes y con el orden material.


En su recorrido argumental Merea se ocupa de diversos temas como la constitución inicial del sujeto en la primera infancia, la transmisión de mitos e ideales en el seno familiar y a través de las generaciones, su plasmación como productos culturales y los procesos psíquicos que intervienen en la esfera política, entre otros. El desarrollo de estas temáticas en su conjunto, configuran un ensayo sobre el lugar del sujeto en la sociedad y de la sociedad en el sujeto.

Afirma este autor en la introducción de "Familia..." que todos los procesos que se desarrollan en el psiquismo humano tienen su expresión en tres formas de funcionamiento: las cualidades de inconciente, preconciente y conciente. La fuerza propia de los instintos, su magnitud, así como la imposibilidad de manejar -al menos incialmente- los estímulos del mundo externo, y las fuerzas de la crianza y la educación, que tratan de dominar o modular desde afuera del sujeto a estos instintos, hacen que el psiquismo deba reprimir (eliminar de su percepción conciente) deseos, ideas o representaciones que devienen en traumáticas y peligrosas para su constitución o la continuidad de su existencia (o al menos así son concebidas o imaginadas por el psiquismo).

Ocurre que estas ideas -y sus representaciones formales que las simbolizan-, no desaparecen del psiquismo por obra de esa represión: Merea explica que ellas permanecen activas en ese territorio denominado inconciente. Algo de ellas puede quedar siempre inconciente, pero algo también puede fluctuar en un espacio preconciente que, ya sea por la propia fuerza expresiva del impulso de esas ideas o deseos, o bien porque son activadas por otros elementos concientes de la vida misma, que establecen con ellas alguna relación formal o afectiva de parentesco, vuelven a presentarse en la conciencia, ya sea directamente, o bien con diversos "ropajes", es decir, bajo distintas manifestaciones.

El significado de esos ropajes, aclara este psicoanalista, es enteramente comparable a lo que sucede en el mundo social: la fuerza de la censura que trata de impedir la manifestación de fuerzas y tendencias reprimidas hace que éstas, que buscan su expresión por todos los medios posibles, adopten diversas formas tendientes a burlar ese control. De hecho, ese esfuerzo, que implica un polimorfismo de expresión, lleva también a la producción de síntomas de nuestras conductas y da lugar a todo lo se conoce como "patología".

Sucede que este vocablo se encuentra muy cuestionado, debido a que el funcionamiento psíquico y social demuestran una tenue frontera que separa lo "normal" de lo "patológico", términos que por otra parte, se encuentran "cargados" de sentidos equívocos, verdaderas palabras enfermas -según entiende Merea- que obligan al uso de comillas para relativizar los sentidos exagerados con los que han sido deformados por el exceso de purismo clasificatorio, por factores ideológicos y principalmente por el miedo que inspira la mención de lo "anormal" o la "locura".

Es por todo ello que este autor sostiene que el psiquismo no está confinado al interior del individuo, sino que es extenso hacia todo el mundo intersubjetivo, es decir, el mundo de nuestra relación con los semejantes, así como al mundo material. Merea plantea que el psiquismo se instituye permanentemente -más allá de su constitución inicial en la primera infancia- en esos lugares donde el sujeto, los otros y el mundo se interpenetran (más que interrelacionarse). Esas localidades, lugares o espacios psíquicos no son, por lo tanto, lugares donde el psiquismo, pensado como aparato autónomo, como máxima categoría de lo humano, se manifiesta en el mundo -o se aísla del mismo- como si dependiera de su voluntad, y el mundo fuera sólo su escenario. Son, en realidad, "escenas de acción", donde el psiquismo existe, instituyéndolas, al mismo tirempo que es instiuido por estas escenas.

Según este psicoanalista, la descripción circular de toda esta dinámic,a que constituyendo al sujeto constituye a la cultura, la cual a su vez constituye al sujeto -en ambas direcciones y por diversos caminos- crea la noción de un flujo permanente entre el sujeto y el mundo, entre lo interior y lo exterior. La intensidad de estos elementos en juego, es decir, las fuerzas que se ejercen en medio de las relaciones intersubjetivas, las energías fuertemente dinámicas de nuestra mente más interior y las luchas con y por el mundo material, hacen que en estos contextos, la idea de conflicto se convierta en la norma y en el hecho arquetípico del devenir de nuestro psiquismo.

Las primeras páginas de la selección de esta obra hecha por la cátedra, musetra cómo se presenta el conflicto psíquico según las sucesivas exposiciones y ampliaciones del mismo, que a lo largo de la última centuria, el psicoanálisis ha podido comprender y desarrollar.

lunes, 19 de septiembre de 2016

unidad 3 - Literatura para la infancia


POSAR LA MIRADA SOBRE OBJETOS SEMIOTICOS:

EL CASO DE LA LITERATURA PARA LA INFANCIA

 
Oscar Amaya

 
                                                                La lectura puede permitirle al sujeto descubrir su mundo interior,

para volverse de ese modo más autor de su destino.

La lectura puede ser a cualquier edad, un atajo privilegiado

para elaborar o mantener un espacio propio, un espacio íntimo,

privado, que no dependa de otros: la elaboración de una posición

de sujeto que le permita ir a un lugar diferente al que todo

parecía destinarlo, a convertirse en lo que no sabía todavía que era.

La lectura puede generar la idea de que alguien puede perderse a sí mismo

en el camino, o bien de perder una especie de caparazón que uno

confunde con su identidad. Cada uno puede interrogarse con respecto

a su propia relación con la lengua y con la literatura.

Sobre su propia capacidad para vivir las ambigüedades y la polisemia

de la lengua, sobre su propia  capacidad para ser alterado por lo que surge,

de modo imprevisto, a la vuelta de una frase. Y para dejarse llevar

por un texto, en lugar de querer siempre controlarlo.

 

Michèle Petit
 

Cada lector es, cuando lee, el propio lector de sí mismo.

La obra de un escritor no es más que una especie de instrumento

óptico  que él le ofrece al lector a fin de permitirle discernir

aquello que, sin ese libro, quizás no habría visto en sí mismo.

 
Marcel Proust

 
La cultura ha privilegiado un tipo de inteligencia que ha sido estudiada tanto por la psicología del desarrollo como por la psicología evolutiva: la denominada lógico-matemática, que articula el pensamiento racional. Pero ocurre que no sólo el sujeto está constituido por esta dimensión estructural; también es preciso considerar la dimensión funcional del desarrollo, también denominada por Bruner (2003) modalidad narrativa o comprensiva del pensamiento. Se trata de una forma de conocimiento que no puede subsumirse a la inteligencia lógico-matemática. Esta modalidad se despliega a través de la empatía, la implicación intersubjetiva, el humor y la complicidad, constituyendo un sistema de atribuciones en términos de asignar creencias, deseos, emociones e intenciones a los demás y a nosotros mismos.

Algunos rasgos –sino todos ellos- de esta modalidad narrativa pueden indagarse a través de la lengua escrita literaria. Una de las dimensiones más significativas en la apropiación de la lengua escrita por parte de los niños es el cruce de lo que podemos denominar narración y subjetividad.

Este modo de abordar la modalidad narrativa o comprensiva de la cognición  constituye una búsqueda sensible en el intento por comprender la experiencia de la mirada como un encuentro subjetivo con el objeto de la contemplación.

Ocurre que para pensar esta experiencia resulta insoslayable habitarla, es decir, llevar a cabo una lectura de estas narrativas de la literatura infantil, con el propósito de experienciar una estética, junto con una reflexión acerca del sentido que habita en las narraciones de estas semióticas.

Las narraciones en la infancia cumplen una función constituyente del desarrollo, afirma Bruner (1991). A través de ellas, los niños buscan y producen sentido respecto del mundo y respecto de sus intervenciones en el mundo. A través de sus relatos dan cuenta –y se dan cuenta- de lo que hacen, de lo que sienten y de aquello que creen. Lo constituyente es el hecho de organizar la experiencia de modo narrativo, tanto la experiencia vivida como las vivencias fantaseadas e imaginadas. El desarrollo de la función semiótica posibilita las primeras producciones simbólicas precursoras del instrumento lingüístico, una de las expresiones más complejas de la actividad psíquica representacional, ya que permite enunciar la posición subjetiva: “Yo me llamo Oscar y soy de Burzaco”. Las marcas lingüísticas Yo, me y soy pueden ser pensadas tanto como objetivas, pues pertenecen al universo de la lengua, patrimonio de la cultura, como subjetivas, porque en la producción discursiva se vehiculizan las marcas constitutivas del sujeto psíquico, tal como plantea Wettengel (1996). Lenguaje entonces que despliega dos modos: función gramatical y función subjetivante.

Resulta pertinente pensar estos dos modos articulándolos con la distinción que produce Ferreiro (2013): existe un tipo de escritura ligada al ejercicio del poder y las marcas sociales que produce, en términos de leyes, decretos, reglamentos, sanciones, resoluciones, títulos de propiedad y académicos, sentencias y diagnósticos, entre otros. La identidad de las personas está garantizada por la existencia de documentación escrita. Se trata de una escritura de la verdad estipulada, de la fidelidad a lo real, de la expresión de lo razonable.

Pero existe otro tipo de escritura ligada a valores lúdicos o estéticos: una escritura que produce ficciones, un juego de lenguaje ligado a la creación literaria, poética, fantástica. Se trata de un escritura de la imaginación creadora: monstruos, elfos, ogros, hadas, brujas, animales domésticos o prehistóricos que hablan, criaturas antropomorfas, objetos que piensan, robots que sienten, seres muy diversos que sólo en el mundo de fantasía podrían volar o comportarse como humanos (1). Un universo discursivo con reglas de significación propias, “que no nombra al universo de los referentes del mismo modo como cada una de las palabras que los forman lo nombraría en otro tipo de discurso, un universo de palabras que sobre todo se nombra a sí mismo y alude, simbólicamente, a todo lo demás”. (Montes, 1990)

Es por ello que es posible, sostiene Ferreiro, distinguir entonces:

- escrituras del SÍ: se dirigen a establecer verdades y certidumbres, es decir usos sociales que deciden como “verdadero” lo escrito de cierta manera en determinado tipo de documentos escritos.

- escrituras del COMO SI: destinadas a usos sociales con otros fines; la creación de mundos ficcionales no caracterizados como “verdaderos”

Si nos posicionamos en las escrituras del como si, es posible proponernos pensar que cada sujeto posee una narración de su vida, lo haya advertido o no. La labor del trabajo sobre sí mismo acaso consista en propiciar que uno mismo advenga narrador de sí, construyendo una narración que busque resonancias respecto del sentido de la propia existencia, es decir, modos de comprensión, modos de acercamiento a fin de utilizar este artificio en la búsqueda de autoteorización. Ello parece ser posible a partir de la escena de la lectura de libros de literatura infantil. Hablar de nosotros con otros yoes ficcionales, puede constituir un modo de subjetivarnos, de conocernos al interior de un diálogo, de un encuentro, de la transmisión de la palabra, y del gesto sensible que la acompaña.

Las narraciones infantiles constituyen una proliferación desordenada, indefinida, una discursividad plena de acontecimiento, de balbuceo, de incógnita. En tanto adultos no debemos sucumbir a la tentación de controlar y ordenar lo azaroso de la palabra viviente, en querer dominar lo que tiene de secreto, de riqueza, de innombrado (y quizás innombrable). Un intento: el de no reducir aquello que se expande a una definición o comprensión racional que nos alivie. La literatura infantil transita un carácter abierto en tanto obra estética, y por ello constituye un discurso polisémico.

Si de diálogo se trata entonces, en el encuentro con este objeto semiótico se aleja de lo monosemántico: los significados del texto literario en la escena dialogal permanecen abiertos, en crepitación incesante, en potencialidad semántica. El lector desconoce aquello que la narración le viene a decir. Un sentido adviene, y resuena en su interior, a partir de la exteriorización de la palabra provocada por la alteridad: mi encuentro con una otredad significativo.

Me propongo conocer un libro que me es ajeno. Pero frente al libro, su volcarse al decir me sorprende, ya que un sujeto es algo ajeno también para consigo. La extrañeza es nuestro modo de existencia de inicio. Al sumergirnos en el mundo de la metáfora, al narrar-nos se introduce una distancia que, como sostiene Pavlovsky (1980), es “reparatoria”. Narrar mi historia como “ajena” es pasar de la tragedia (aquello que me posee) al drama (aquello que yo poseo). A partir de la narración de mundos metafóricos, adviene la posibilidad de narrar mi pasado o mi presente, lo que brinda la oportunidad de poder contar los padecimientos de cada día, pero sintiendo que podemos “ser otros en la narración” y desde esa “otredad” podemos contarnos mejor a nosotros.

Desde la narración literaria el sujeto puede construir polisemias, a saber:

a) significados de primer orden, una comprensión de lo que manifiestamente se produce (escena discursiva), que le puede permitir el acceso hacia:

b) significados de segundo orden, una comprensión de por qué ocurre lo manifiesto (escena dramática).

Estos significados segundos permiten revelar lo imaginario que habita en el sujeto, y éste puede ocupar otra posición subjetiva respecto de su vida: el lenguaje literario le posibilita proyectarse hacia nuevos modos de existencia creadora, que en sí también comprenden posiciones subjetivas anteriores, pero con una mirada nueva respecto del sí-mismo del sujeto: singulariza significativamente su existencia.

En la escena infantil se despliegan múltiples soportes para propiciar la narración subjetiva: no solamente la literatura, sino el juego, el dibujo, la escritura, la personificación, el cantar, por mencionar algunos posibles soportes. La experimentación infantil del mundo se produce fuertemente a partir de la fantasía, del potencial imaginativo: constituye una forma particularizada de relacionarse con el mundo. La fantasía es experimental y significativa, el sujeto se arroja a ella y transita una escena que lo contiene y lo transporta: entrar para dejarse llevar a un destino incierto, de carácter vivencial.

Nombrar lo que hacemos. Una experiencia que deviene en práctica reflexiva. Afirma Larrosa (2003) que las palabras con las que nombramos lo que somos, lo que hacemos, lo que pensamos, lo que miramos o lo que sentimos, son más que simplemente palabras. Experiencia narrada no de lo que sucede, de lo que pasa, sino de lo que me sucede, lo que me pasa. La experiencia, la posibilidad de que algo nos pase, de que algo nos llegue, requiere de un gesto de interrupción, de detenimiento: pararse a pensar, a considerar, a observar con detenimiento y sensibilidad, es decir a mirar. Detenerse, suspender el automatismo de la acción.

Hablar de sí permite adoptar una singularidad, una distinción producto de abandonar el silencio de la existencia, rumbo al sonido de la creación. El vientito que emerge de los labios en la escena de la lectura, constituye un anhelo, pasado por el tamiz de la convención social: sonidos apalabrados. Ya no sólo luz, sólo melodía, ya no mirada o gesto, sino además, palabra. Para que ello acontezca, es necesario que otro espacio se propicie: bien puede ocurrir que ese espacio sea el espacio de la lectura.

El sujeto en el trabajo sobre sí puede proponerse considerarse a sí mismo como un lugar al que le llegan cosas, un lugar desde donde  recibe lo que le llega y que al recibirlo, le pueda dar lugar. Y que el espacio de lectura sea un sitio en donde, a partir de la experiencia de vivenciar mundos metafóricos, se pueda hablar de aquello que le sucede con su vida. Tanto su vida con otros, en espacios sociales, así como su vida consigo mismo, en un espacio íntimo.

La experiencia de la lectura de narrativas literarias propicia el comienzo de la utilización de una palabra desconocida hasta el momento o no-empleada y plantea en el sujeto la necesidad de interpretar y designar un objeto o fenómeno nuevo, un concepto innovador,  lo que implica una nueva percepción o una percepción más clara de la especificidad de la noción que dicha palabra vehiculiza. Es por ello legítimo pensar que el no uso de una palabra, aún conocida, muestra tanto la actitud de aquél que no tiene necesidad de una palabra nueva para designar una noción que le es familiar, como una suerte de desconfianza respecto de una noción poco clara, o bien respecto de aquellos que emplean la palabra nueva.

 La narración como re-creación y creación de mundos

Los lectores son viajeros; circulan sobre tierras ajenas, como nómadas

que cazan furtivamente a través de campos que no han escrito.


Michel de Certeau

 

Toda lectura implica un encuentro intersubjetivo que interpela al sujeto que lee

y que en tanto tal, suscita un conflicto entre la clausura identitaria

(encierro en una identidad precisa) y la apertura al mundo (emergencia de

representaciones nuevas), puesto que el texto constituye un

representante metafórico de otro sujeto diferente. Para poder leer

es preciso tolerar la incertidumbre que implica la puesta en suspenso

de lo ya-pensado (leer es ser cuestionado), algo que permite que el lector

construya una experiencia que le permita producir una versión.


Gustavo Cantú


La literatura para la infancia explora la posibilidad de representar el mundo vivido, así como la de crear mundos diferenciados de la vida “real” vivida. Tanto el proceso de representación del mundo como el de la creación de mundos paralelos, implican la invención de “puertas” o “puentes” en la percepción sensible del lector, que lo invitan a atravesarlos por medio de interpretaciones y compresiones significativas que impactan en la subjetividad de quien interactúa con un libro de literatura.

Sucede que la travesía que genera la experiencia de la lectura, esto es, el pasaje hacia un mundo representado o paralelo constituye lo que podemos denominar un ritual de pasaje: un viaje para producir un posible sentido nuevo, albergado en la propia experiencia lectora. Algo nos aguarda del otro lado, produciéndonos curiosidad, inquietud, anhelo, incertidumbre o incluso resquemor. Analicemos en qué consiste este pasaje, que inaugura diversos accesos simbólicos:

Representación de mundos

Representación 1: la vida vivida (mundo de la representación de la realidad). Narración de la vida vivida. La narración como toma de conciencia de la de la vida vivida. La exterioridad (el cuerpo, los otros, los objetos) y la interioridad (el pensamiento, las emociones, el sí mismo). La realidad como una construcción de la mirada, un punto de vista ya instituido y la representación de la realidad como una re-construcción de la mirada, la posibilidad de otro punto de vista, una nueva versión instituyente.

Representación 2: la vida imaginada (mundo de la representación de la fantasía). La diferenciación entre un mundo real (lo existente) y un mundo posible (lo fantaseado, lo mágico). La ficción como un trastocamiento de lo real, otorgándole nuevas formas de existencia a lo ya existente (animales que hablan, objetos de la vida cotidiana que se transforman, se mezclan, vuelan, crecen).

Representación 3: la vida imaginada paralela (mundo de la representación de la fantasía). Se trata de una representación que crea un mundo paralelo al mundo de la representación 1 o de la representación 2:

a) un ser de la realidad representada viaja o se traslada a un mundo paralelo (semejante al mundo de la representación 1 o bien al mundo de la representación 2)

b) un ser de la fantasía representada parte o se traslada a un mundo paralelo (semejante al mundo de la representación 2 o bien al mundo de la representación 1)

Una exploración de los libros de literatura para la infancia

Los cuentos de hadas superan la realidad no porque nos digan que

los dragones existen, sino porque nos dicen que pueden ser vencidos


G.K. Chesterton

 

La lectura es una actividad más amplia que "leer libros": es sentirse

desconcertado frente al mundo, buscar signos y construir sentido.

Para leer de esa manera, con esa intensidad, la vacancia, la disponibilidad,

el no asustarse por el vacío es fundamental. Y cuando la programación de la

vida es muy rigurosa, parecería que no hay grietas ni lugar donde sentirse

desconcertado, perplejo, cuestionador, inquieto por todo lo que a uno lo rodea.


Graciela Montes


Con el propósito de interpretar este fenómeno, exploraremos un conjunto de narrativas infantiles, que nos permitirán constatar la relación entre lectura y subjetividad, a partir de los criterios de representación de mundos y ritual de pasaje:

Mundos paralelos

LIBRO
                           RITUAL DE PASAJE
El libro en el libro en el libro en el…
Afuera (del libro) ¿o adentro?
Adentro (del libro) ¿o afuera?

 

Mundo representado

LIBRO
                           RITUAL DE PASAJE
El otro lado
Anverso (un punto de vista)
Reverso (otro punto de vista)
Lentes, ¿quién los necesita?
Mundo real (lo existente)
Mundo posible (lo fantaseado)
Zoom- Re Zoom
Realidad (una construcción de la mirada)
Representación de la realidad
(re-construcción de la mirada)
Caligramas
Faz material (significante)
Faz conceptual (significado)

¿Qué acontecimiento de la trama narrativa produce el pasaje?

LIBRO
Instrumento del pasaje
El otro lado
La adopción de otros punto de vista
El libro en el libro en el…
La ruptura de la frontera realidad/representación
Lentes, ¿quién los necesita?
La fantasía como alteración de lo real
Zoom- Re Zoom
El cambio de mirada
Caligramas
Ruptura de la barra significante/significado

 

En definitiva, abrir la puerta o cruzar el puente están sostenidos por el deseo generado por esta experiencia de la imaginación creadora: la lectura como pasaje. La vida vivida continúa en otra parte: la vida imaginada, donde habitan la magia y el misterio que encierra lo desconocido, algo que se constituye finalmente, en un instrumento del conocimiento del sí mismo del lector. ¿Qué es lo que posibilita el pasaje? El libro y una experiencia  a él asociada: la lectura sensible.

 

No hay regreso. Cada llegada es una partida, un errar recomenzando

sobre los territorios de la tierra, el mar, el aire, ¿quién garantiza

el recomenzar y de nuevo la partida? Un gesto que recoge

lo imprevisto, el resquebrajamiento mutuo y desilusionado del cuerpo

que queriendo saber se traslada, para decirlo en un lugar donde el yo

de nuevo recomienza. Saber infinito imposible, siempre por rehacer

y que aporta, quizá, una exploración si no de lugares por otros

ya transitados por lo menos este recorrido de innumerables partidas

que no hubiera tenido lugar si no existiese el lugar del alto,

de la ruptura de la unidad recompuesta para ser puesta a prueba.

Julia Kristeva


NOTA

 (1) “Cada quien puede escoger la manera de llegar a las delicias de Jauja. A unos les gusta volar en tenedor o escalera: a otros, más bien navegar en su almohada o su botella. Mas hay también quien prefiere esperar a que lo lleve paso a pasito su cama. Pero en silla o en la tina, lo que importa es ir contento y no hacer nada de nada, pues en el País de Jauja lo de más es lo de menos” (El País de Jauja)

 
LITERATURA PARA LA INFANCIA ANALIZADA
 
Caligramas. Diana Briones. A-Z editora, Buenos Aires.

El libro en el libro en el libro. Jörg Müller. Ediciones Serres, Barcelona, 2002.

El otro lado. Istvan Banyai. Fondo de Cultura Económica, México, 2005.

Lentes, ¿quién los necesita? Lane Smith. Fondo de Cultura Económica, México, 1994.

Zoom y Re-Zoom. Istvan Banyai. Fondo de Cultura Económica, México, 1999.

 
BIBLIOGRAFIA CONSULTADA

Bruner, J. (1991) Actos de significado. Madrid, Alianza editorial.

Ferreiro, E. (2013) El ingreso a la escritura y a las culturas de lo escrito. México, siglo XXI.

Heidegger, M. (1994) ¿Qué quiere decir pensar? En: Conferencias y artículos, Ediciones del Serbal, Barcelona.

Montes, G. (1990) El corral de la infancia. Libros del Quirquincho

Larrosa, J. (2003) Entre lenguas. Lenguaje y educación después de Babel. Barcelona, Laertes.

Pavlovsky, E. (1980) Clínica de lo grupal 1. Buenos Aires, ed. Búsqueda.

Ranciere, J. (1995) Los nombres de la historia. Buenos Aires, Nueva Visión

Wettengel, L. (1996) “Producción simbólica y lenguaje. Algunas revisiones conceptuales”. Psicopedagogía Clínica. Ficha de estudio. Facultad de Psicología, UBA. En: http://www.psi.uba.ar/academica/carrerasdegrado/psicologia/informacion_adicional/electivas/085_psicopedagogia/default.htm